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José T. Raga

De suma urgencia

Urge, por tanto, la conformación de un Gobierno de la nación que ofrezca certeza.

Aunque no de cualquier manera, sí de máxima urgencia es que España finiquite ya los percances electorales y se ponga a trabajar en la construcción de una sociedad mejor, sin los rifirrafes, en ocasiones vergonzosos, de las campañas previas a una elección.

Supongo que los anarco-capitalistas brindarían gustosos por la ausencia de Gobierno. Sin embargo, la necesidad de éste para garantizar la satisfacción de las necesidades públicas a toda la población ya era patente cuando Adam Smith publicó en 1776 su Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones.

El libro quinto y último de la obra lo dedica el escocés, íntegramente, a las funciones del Estado, tanto en su dimensión de gastos como de ingresos para financiarlos –y la forma de recaudarlos–, sin omitir su consideración de la deuda pública. Bien harían los españoles de hoy, más aún aquellos que tienen la misión de gobernar, de leer y releer la obra para actualizar ideas que parecen abandonadas, incluso olvidadas; principalmente, la de la armónica relación individuo-Estado.

No podemos olvidar que la actividad económica se enmarca en un complejo tejido de relaciones sociales y jurídicas. Unas y otras implican un orden que, si es perturbado, pondrá en peligro el quehacer de toda una comunidad. Nada de extraño tiene, pues, que se comience a detectar una cierta languidez económica donde había firmeza hace apenas unos meses.

Urge, por tanto, la conformación de un Gobierno de la nación que ofrezca certeza ante el marasmo de la incertidumbre, que establezca y someta a aprobación las líneas de actuación y los presupuestos del sector público, pues, a la postre, los propósitos y objetivos públicos influyen en las decisiones de los agentes económicos del sector privado, tanto en la economía de producción –empresarios– como en la de consumo –familias–.

Manifestada la urgencia, no somos pocos los que aspiraríamos a un Gobierno bastante diferente de los habituales. Desearíamos un Gobierno reglado, alejado de las tentaciones de discrecionalidad, si bien ya entendemos que ésta es lo que verdaderamente da la sensación de poder; cuando, como ha quedado bien demostrado, esa sensación de poder es el aguijón que inocula el veneno mortal que acabará con el mismo poder. Éste, se espera que haga lo que deba y no lo que quiera.

El ciudadano que deambula por las calles tiene derecho a saber si puede o no hacer algo. Debe saber si le asiste el derecho a obtener una licencia o no, asegurándose de que si no le asiste a él tampoco le asistirá a cualquier otro. Estar al albur de la opinión, de la valoración, del informe sobre una solicitud ciudadana crea inseguridad y abre una amplia vía para la corrupción.

Desgraciadamente, en España discrecionalidad equivale a arbitrariedad; en la memoria están ejemplos sonados de muy diversas ideologías. Así pues, urge un Gobierno con el máximo espacio de libertad para los ciudadanos y la mínima discrecionalidad por parte de los gobernantes.

En España

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