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José T. Raga

Decrepitud anímica

Sin eufemismos: España es una nación de viejos anímicos; y ahí está el problema.

Si yo comenzase hoy diciendo que España dispone de una sociedad envejecida, a buen seguro que no descubriría nada que no fuera conocido ya por todos los lectores. Con mucha frecuencia se habla del problema, porque problema sí que es, además de que los vaticinios que se hacen sobre el futuro son muy poco halagüeños.

Ni siquiera estoy pensando en términos de edad, de esa edad formal que testimoniamos con una certificación del Registro Civil; estoy contemplando lo que con precisión podríamos denominar la edad anímica. Es decir, la juventud o vejez de una persona a la hora de enfrentarse a las dificultades o a las oportunidades de la vida.

Sin eufemismos: España es una nación de viejos anímicos; y ahí está el problema. El desarrollismo de los sesenta, que sacó a la nación de la pobreza de una guerra y de su aislamiento, se hizo con el esfuerzo convencido y tenaz de todos los españoles; sin regateos.

Los españoles de la opulencia parecen sentirse investidos de unos derechos a alcanzar lo que pretendan, incluso aun sin pretenderlo, pero sin esfuerzo alguno. La cultura del sin esfuerzo se ha instalado de tal modo en la sociedad que popularmente se admira a quien es capaz de montárselo para vivir espléndidamente sin dar ni golpe. O se pretende un método para el aprendizaje de la lengua alemana que garantiza hablar alemán en quince días, sin ningún esfuerzo.

El objetivo de la vida no puede parecer extraño: vivir tranquila y cómodamente, esperando la fortuna de un ERE generoso o de un plan de prejubilación sin regateos, para que el esparcimiento sea la única ocupación posible en el futuro inmediato. Y así hasta que la muerte nos sorprenda, que, Dios quiera, sea también sin esfuerzo.

Hasta la sociabilidad entre próximos –la propia familia– está cada vez más vacía. En el franquismo no se quería hablar de política –por razones evidentes–, pero hoy es el deporte lo que capta la atención, y en muchos casos ni eso, si puede llevarnos a posiciones encontradas.

Pues bien, el mundo que llega y en el que casi ya estamos, la Cuarta Revolución Industrial, va a poner las cosas difíciles. Nos podemos olvidar del trabajo como puesto y sustituirlo por el trabajo como ocupación, y eso contando con una buena preparación, producto del esfuerzo, y con una abierta disponibilidad a lo que sea, donde sea y como sea.

O abandonamos esa vejez anímica prematura, según la cual no hay que poner la carne en el asador, porque lo importante es vivir la vida, el disfrute de prolongados fines de semana y de los puentes, muchos puentes, o las cuentas no es fácil que nos cuadren.

El proceso educativo formal está inmerso en una crisis sin camino, aparentemente, de salida. La exigencia de otrora se ha convertido en complaciente buenismo. O sea, fraude social.

Tengan la seguridad de que el Estado no les va a resolver cosas que ustedes no puedan resolver mejor.

En España

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