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José T. Raga

Reformar lo reformado

¿Se ha preguntado algún reformador qué es la Universidad, cuál es su fin?

Es una constante de los Gobiernos que, incapaces de pensar en lo que debe ser una institución, se lanzan a reformar lo reformado, inoculando intereses personalistas hasta el punto de llegar a olvidarse del fin de aquella.

La educación es muy propicia para tales desmanes. La perversión de sus actitudes sólo se verá a largo plazo, cuando las nuevas generaciones no puedan integrarse social ni laboralmente, por su carencia de conocimientos.

¿Se ha preguntado algún reformador qué es la Universidad, cuál es su fin? Alfonso X el Sabio la definió como “la unión de maestros y escolares que es hecha en algún lugar con voluntad y entendimiento de aprender los saberes” (Libro de las Leyes o Partidas, 1256-1263. Segunda Partida, Título XXXI).

¿Existe en nuestra Universidad esa voluntad de aprender los saberes? ¿Qué ha ocurrido para que a la función de enseñar –que corresponde a los maestros–, sin la que no pueden aprender los escolares, se la llame, en vergonzante argot, “carga docente”?

La opinión de Ortega (último filósofo español, los posteriores no merecen tal apelativo) debería ser conocida y respetada. Dice así:

La Universidad contemporánea ha complicado enormemente la enseñanza (…) y ha añadido la investigación quitando casi por completo la enseñanza o transmisión de la cultura.

Esto ha sido evidentemente una atrocidad (…) El carácter catastrófico de la situación presente europea se debe a que el inglés medio, el francés medio, el alemán medio son incultos, no poseen el sistema vital de ideas sobre el mundo y el hombre correspondientes al tiempo. Ese personaje medio es el nuevo bárbaro, retrasado con respecto a su época, arcaico y primitivo en comparación con la terrible actualidad y fecha de sus problemas

(Misión de la Universidad, Revista de Occidente, Madrid, 1930, págs. 59-61).

Pues el proyecto de real decreto que está cocinando el señor ministro de Universidades sigue ahondando en el problema. ¿Complejo de inferioridad del docente frente al investigador, o es que al docente no le interesa serlo?

Ortega sigue diciendo (ob. cit., pp. 101-103):

Cualquier pelafustán que ha estado seis meses en un laboratorio o seminario alemán o norteamericano, cualquier sinsonte que ha hecho un descubrimientillo científico, se repatría convertido en un nuevo rico de la ciencia, en un parvenu de la investigación. Y sin pensar un cuarto de hora en la misión de la Universidad, propone las reformas más ridículas y pedantes. En cambio, es incapaz de enseñar su ‘asignatura’, porque ni siquiera conoce íntegra la disciplina.

¿Para cuándo distinguir entre medios y fines? En la Universidad, la investigación es sólo un medio para cumplir, con suficiencia, su fin propio de la enseñanza de los saberes.

Hoy se puede acreditar a alguien como catedrático de universidad sin que haya demostrado públicamente, ante un tribunal, su capacidad para explicar el programa de la asignatura. También la corrupción ha entrado en la Universidad –títulos fraudulentos, docencias incumplidas…–, pero al ministro le preocupan otras cosas.

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