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'DEAD AID', POR FIN EN ESPAÑOL

La ayuda a África: limpiando conciencias

Siempre he pensado que uno de los mayores atractivos del socialismo que nos rodea a izquierda y derecha es su capacidad para liberar de preocupaciones a la sociedad. Por eso los gobernantes lanzan de forma constante mensajes del tipo: "Si algo está mal es porque el Gobierno no ha hecho lo suficiente, preparemos un plan para arreglarlo".


	Siempre he pensado que uno de los mayores atractivos del socialismo que nos rodea a izquierda y derecha es su capacidad para liberar de preocupaciones a la sociedad. Por eso los gobernantes lanzan de forma constante mensajes del tipo: "Si algo está mal es porque el Gobierno no ha hecho lo suficiente, preparemos un plan para arreglarlo".

De esa manera, los políticos y sus propagandistas pueden mirar a los que pedimos que cesen en su asfixiante intervencionismo con la reprobatoria mirada del que se siente superior moralmente: "Observad, mientras nosotros intentamos arreglar el mundo, vosotros seguís ahí, impasibles ante la miseria de millones de personas".

Esto es fantástico, porque les da más poder y al mismo tiempo limpia la conciencia de sus votantes. Ya no son cómplices del mal que nos rodea, porque han dado su apoyo a aquellos que están intentando solucionar todos los problemas.

En ningún otro campo es esto más claro que en el de la ayuda al desarrollo.

Desde que, en la década de los 60, los países africanos accedieron a la independencia, en Europa y Norteamérica se ha extendido el mensaje de que es necesario ayudar al Continente Negro a salir de su pobreza, que tendría causa en los males del colonialismo occidental. Así, en los últimos cincuenta años se han sucedido las campañas de ayuda, los programas solidarios y las políticas de impulso al crecimiento africano. Pero nada ha dado resultado: África sigue siendo la región más pobre del mundo (algo que no era así hace medio siglo), y la única que se mantiene casi completamente al margen de los beneficios de la globalización.

Con este panorama, era lógico que algunos economistas sensatos comenzasen a atar cabos y se preguntaran si no son precisamente estas políticas, supuestamente solidarias, las culpables de la misérrima situación de la mayoría de los países africanos. Pocos han lanzado este mensaje con la contundencia, claridad y precisión de Dambisa Moyo. Desde que se publicó, hace tres años, su libro Dead Aid (ahora en español bajo el título de Cuando la ayuda es el problema) ha supuesto un auténtico terremoto en uno de los temas más queridos por los políticos biempensantes del mundo desarrollado.

Seguramente nadie más podía haber escrito un libro así sin riesgo de ser aplastado bajo el peso de la corrección política. Dambisa Moyo es africana (de Zambia), de raza negra y, claro, mujer. Y esto también ha sido una ayuda para que la claridad de su argumentación llegue al gran público sin el ruido que acompaña a las habituales descalificaciones ad hominen del progresismo mediático, esos mensajes del tipo: "Aquí tenemos otro neoliberal vendido a las grandes corporaciones".

Su experiencia personal y profesional le sirvió para intuir que detrás de la fachada de la ayuda exterior se escondía el verdadero cáncer de la economía africana. Como demuestra este libro, todos estos años sólo han valido para que Occidente lavara su conciencia ante una realidad dolorosa: en un mundo cada vez más rico, hay zonas que se han estancado en la pobreza. Aunque Moyo reconoce que la mayoría de las personas que piden más dinero para África son bienintencionadas y quieren realmente ayudar, lo cierto es que el resultado final de medio siglo de solidaridad no puede ser más devastador.

Evidentemente, el libro no se apoya sólo en intuiciones y mezcla una catarata de datos con una argumentación sencilla de seguir... y difícil de rebatir para sus enemigos. Desde hace doscientos años, decenas de países han salido de la pobreza, empezando por Inglaterra y EEUU en el siglo XIX y acabando con los tigres asiáticos en las tres últimas décadas. Todos ellos tienen dos cosas en común: no recibieron ningún tipo de ayuda al desarrollo (o sólo en cantidades mínimas) y, en cambio, siguieron con denuedo las políticas capitalistas que ha defendido siempre el liberalismo: integración en las redes internacionales de comercio, respeto a la propiedad privada, una normativa económica clara y no confiscatoria, respeto a la libertad empresarial... Mientras, los países africanos han vivido desde su independencia inmersos en el intervencionismo, con numerosos dictadores y políticos populistas, y de espaldas a la globalización que se expandía por el mundo.

En todo este proceso, la ayuda exterior no sólo no ha sido positiva, sino que ha ayudado a agravar los problemas africanos. Como explica Moyo, un Gobierno que recibe miles de millones de dólares en ayuda del exterior es un objetivo mucho más deseado para cualquier golpista o político corrupto. Así pues, Occidente mantiene desde hace décadas una política de envío de fondos que alienta la corrupción y los regímenes totalitarios, mientras al mismo tiempo cierra sus fronteras a los productos africanos. Es justo lo contrario de lo que sacó a los países europeos o norteamericanos de la pobreza.

El mensaje que llega a los habitantes de aquel desdichado continente es que no se merecen que les compremos sus productos, sino sólo nuestra caridad. No dejamos que desarrollen sus industrias, pero les inundamos con nuestras limosnas. Les decimos que no están preparados para el capitalismo que a nosotros nos hizo ricos. El resultado es que, después de haber desembolsado en África el equivalente a diez Planes Marshall, Zambia tiene una renta per cápita que no llega a los 1.600 dólares.

Afortunadamente, Moyo asegura que todavía hay esperanza. En los últimos años varios países africanos están creciendo de forma constante; algunos, incluso, se están aproximando a los países en vías de desarrollo: curiosamente, o no, son los que aplican las recetas que ofrece Cuando la ayuda es un problema: más mercado, menos Gobierno, apertura al exterior. Uno de ellos es Botsuana, que ya ronda los 14.000 dólares per cápita (en paridad de poder adquisitivo).

Para que este ejemplo se extienda hay que romper con muchas inercias, convencer a mucha gente de que lo hecho hasta ahora no ha funcionado y lograr que los votantes occidentales asuman que los africanos abandonarán la pobreza sólo si siguen los mismos derroteros que seguimos nosotros. No será sencillo, pero puede lograrse. Luego, habrá que forzar a los políticos de Europa y Norteamérica a abandonar sus grandilocuentes planes y olvidar esas grandes cumbres en las que se reúnen con el objetivo de ayudar a los pobrecitos africanos. Esto, me temo, será muy complicado, por muy convincente que sea este libro de Dambisa Moyo.

 

DAMBISA MOYO: CUANDO LA AYUDA ES EL PROBLEMA. Gota a Gota (Madrid), 2011.

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