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II REPÚBLICA

Maestros, mártires y manipuladores

El último libro de María Antonia Iglesias, antigua comisaria política del PSOE en la televisión pública española, es un trabajo que hoy se llamaría poliédrico, escrito, para utilizar el tono al que la propia autora recurre en sus páginas, a varias y diversas voces. En primer lugar, recoge el testimonio de familiares y amigos o conocidos de once maestros que ejercieron su profesión durante la Segunda República y fueron asesinados por quienes participaron en el levantamiento contra aquel régimen.

 

El último libro de María Antonia Iglesias, antigua comisaria política del PSOE en la televisión pública española, es un trabajo que hoy se llamaría poliédrico, escrito, para utilizar el tono al que la propia autora recurre en sus páginas, a varias y diversas voces. En primer lugar, recoge el testimonio de familiares y amigos o conocidos de once maestros que ejercieron su profesión durante la Segunda República y fueron asesinados por quienes participaron en el levantamiento contra aquel régimen.
 
Una escuela en la II República
Los testimonios revelan el abismo de odio al que puede llegar una sociedad enferma, como son todas las que llegan a la guerra civil. Los hay que hablan forzosamente de relatos posteriores o de las emociones actuales, como ocurre con el testimonio de una mujer, Hilda Farfante, que tenía cinco años cuando ocurrieron los hechos. Queda el hecho bruto de la violencia agravada por el resentimiento, la venganza, las vejaciones y la tortura. Nada puede paliarlo ni justificarlo.

De haberse quedado en ese testimonio, Maestros de la república sería un libro interesante, como otros muchos que se están publicando sobre la represión de aquellos años, la ejercida tanto por los sublevados como por los defensores de la legalidad republicana, los mismos que entre otras medidas a favor de las luces y el progreso prohibieron el culto católico y asesinaron a unos siete mil religiosos. Pero el libro de María Antonia Iglesias aspira a mayores horizontes. No basta con sacar a la luz unos cuantos hechos –once, en este caso– e intentar a contribuir a poner en claro algunos aspectos muy turbios de nuestra historia común.

Los testimonios van envueltos en los comentarios de la autora, que ejerce a su vez de reportera y comentarista. No abundan los matices. Estaban los pobres y los ricos, ellos y los otros, los curas y los maestros, los cultos y los iletrados. (Esto último resulta un poco confuso, pero parece que importa poco). Ni que decir tiene que según el libro la Segunda República quiso traer la modernización y la libertad a España, y una de sus grandes aportaciones, por no decir la más importante, se produjo en el terreno educativo.

Para decir eso, tal vez no hubiera sido necesario recurrir a los dos registros en los que se mueven los comentarios María Antonia Iglesias. El primero es el del insulto a todos los que no participen de sus ideas. Al lector no se le ahorra ni un solo calificativo denigrante. El otro consiste en elevar a los altares a los que considera “los suyos”. Aquí la autora se apropia del vocabulario, las expresiones y los tópicos de los más cursados martirologios. No es que me parezca mal, porque muchos de aquellos hombres fueron auténticos idealistas. Aun así, no deja de ser curioso que quien confiesa un “instintivo rechazo” por las canonizaciones de los religiosos asesinados por los defensores de la legalidad republicana recurra a una retórica propia de los años cuarenta.

Pero hay más. Cada testimonio, con los correspondientes comentarios de la autora, va precedido de un breve prólogo. Lo firma una granada selección de la corte político-intelectual socio zapateril. Y el registro vuelve a cambiar, con matices novedosos en cada ocasión. José María Maravall, envuelto en melancolía, recuerda como si las hubiera protagonizado las reformas educativas republicanas. Almudena Grandes no sabe de qué está hablando. Leguina (“La guerra es un invento de los hombres para poder entender lo que es el infierno”) se refugia en la retórica de las telenovelas de Cubavisión. Uno se pregunta por qué, según el leonés Luis Mateo Diez, “nada (hay) más terrible que el fusilamiento del maestro”. Lo intuye cuando el mismo autor escribe de uno de ellos que “(era) un hombre bueno entregado a esparcir [sic] la sabiduría entre sus alumnos”. Carod Rovira habla de ciudadanía. Sólo faltaba Santiago Carrillo, el responsable de las matanzas de Paracuellos. Pues ahí está, y pontifica, ni más ni menos, acerca de “la saña con que se persiguió y asesinó a los maestros de la escuela de la República”. Página 71.

A estas alturas, ya está casi todo dicho acerca de la “memoria histórica” y su significado. De no ser por lo lastimoso que resulta comprobar que aún hay gente que se presta a esta clase de manipulaciones, Maestros de la República merecería un olvido compasivo. También cabe preguntarse qué queda del idealismo antiguo en los impulsores de las actuales reformas educativas. ¿Serán las pistolas con las que los maestros van a tener que acudir a la escuela para defenderse de los padres y los alumnos? ¿O estará la secta pedagógica, que reivindica la herencia de estos pobres maestros, dispuesta a inmolarse en nombre de la LOGSE, la LOE o como se llame el último bodrio educativo progresista? En fin, cualquiera sabe.


María Antonia Iglesias.
Maestros de la República. Los otros santos, los otros mártires. 588 páginas, 25 euros. Madrid, La esfera de los libros, 2000.
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