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Luis Herrero Goldáraz

Los cadáveres más sanos del cementerio

Pocas cruzadas movilizan a más gente que las que se emprenden para salvaguardar esos pequeños placeres que tanto irritan a los moralistas.    

Pocas cruzadas movilizan a más gente que las que se emprenden para salvaguardar esos pequeños placeres que tanto irritan a los moralistas.    
La ministra de Sanidad, Carolina Darias. | EFE

Si algo sabe cualquier legislador que se precie es que, hecha la ley, hecha la trampa. O, por ilustrarlo con ejemplos antiguos, basta que se prohíba el consumo de alcohol para que aparezca un Al Capone dispuesto a enriquecerse a costa de los ciudadanos de Chicago. Durante algunas breves horas de la mañana del miércoles, sin ir más lejos, yo asistí obnubilado a la esporádica creación de diversas organizaciones criminales, mafiosos en potencia que ya planeaban a través de grupos de Whatsapp la mejor manera de introducir de contrabando en los bares botellas de vino y de cerveza empaquetadas en latas de refrescos. La idea era conseguir que el españolito medio no tuviese que renunciar a su enjuague espirituoso de rigor al pedir el menú del día. Y, como todo el mundo sabe, pocas cruzadas movilizan a más gente que las que se emprenden para salvaguardar esos pequeños placeres que tanto irritan a los moralistas.

La cosa de la prohibición, de todas formas, no tardó demasiado en ser desmentida. Así que en toda España pudo oírse el lamento profundo de los pícaros que ya se frotaban las manos ante la posibilidad de sacar tajada de una de esas leyes que parecen pensadas exclusivamente para que los ciudadanos agudicen el ingenio ideando formas de esquivarlas.

El problema de los déspotas es que pocas veces pueden regodearse en el amor del pueblo si prohíben cosas que encantan a la mayoría. Por eso, antes que la ley, lo que les obsesiona es la educación. La cosa no consiste tanto en que el ciudadano detecte que le están arrebatando libertades como en que se las quite él mismo, una vez haya comprendido la conducta deseable que se espera de él, responsable como todos del buen funcionamiento del engranaje social.

Una cosa curiosa que sucedió este miércoles fue que Sanidad tardó microsegundos en correr a desmentir que fuera a prohibir el vino. La reeducación aún no está completa y por eso casi se pudo escuchar su resoplido después de la carrera, en un acto de desesperación que ilustró mejor que ningún titular de qué va esto de la Estrategia en Salud Cardiovascular del sistema sanitario español. "No es ninguna prohibición. Se trata, más bien, de una serie de recomendaciones", explicaba a grandes rasgos el comunicado redactado a contrarreloj. Y nada más leerlo yo me acordé del Capitán Barbosa y de sus famosas directrices piratas, esas que cada cual debía respetar en la medida en que le conviniese.

Que al Gobierno no le convenía prohibir el alcohol en los bares lo saben hasta los sindicatos, abrumados como estaban ante la posibilidad de tener que salir a la calle a protestar contra un presidente socialista. Por eso, no se entiende ese fallo de comunicación y esa forma de mandarles recomendaciones a los hosteleros, como si el supuesto problema de la alcoholemia en España viniese de ellos y no de todos los veinteañeros que se bajan botella y media de ginebra cada cinco días, más o menos.

Más allá de todo eso, al menos ya sabemos hacia dónde van encaminados los esfuerzos por configurar las nuevas normas de salubridad que regirán el sentido común de nuestros descendientes. Uno casi se lamenta de que nunca vayan a saber lo que es fumarse un cigarro con un vaso de vino en la mano. O alargarse sedentariamente en una sobremesa interminable, de esas que posiblemente acumulen más colesterol en nuestros corazones que cientos de hamburguesas ultraprocesadas. Aunque, bien mirado, tampoco está tan claro que vayan a dejar de hacerlo. Al fin y al cabo, también están mal vistas las drogas. Y por eso no se droga nadie en esta sociedad tan sana y nada hipócrita. Este avispero de desesperados, gentes sin dios, obsesionadas por postergar la muerte aun a costa de renunciar al gozoso riesgo de la vida.

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