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Luis Herrero

La batalla valenciana

Veintiocho días después de las elecciones generales, el PSOE  será corrido a gorrazos de las alcaldías capitalinas y las autonomías donde gobierna.

Estamos tan pendientes del 28 de abril que tendemos a olvidar las elecciones de mayo. Al PSOE le sonríen los pronósticos de las generales. Sánchez se las promete muy felices porque está convencido de que encontrará los apoyos necesarios para seguir en Moncloa. Y, desde luego, no es descartable. Los líderes independentistas acaban de decir que le ven como un mal menor y están dispuestos, en caso necesario, a seguir manteniendo vivo el experimento Frankenstein. Con esa bala en la recámara será difícil que el PSOE pierda la batalla frente a una derecha dividida que en cada encuesta se aleja más del umbral de la mayoría. Cotéjense, si no, los datos de la que hoy publica La Vanguardia.

Pero el reparto de poder que se dilucida a corto plazo no se circunscribe al que emana del Congreso de los Diputados. También está en juego el poder municipal y autonómico. Y no es moco de pavo. Siempre he creído que las cosas, en ese ámbito territorial, iban a ser muy distintas. La paradoja de que la izquierda vaya a sacar más escaños que la derecha, teniendo menos votos, se explica por los efectos perversos de la Ley D’Hondt en las circunscripciones pequeñas. Pero en las elecciones locales todas las circunscripciones son grandes y la proporcionalidad de votos y escaños sigue una pauta paralela. Más votos, más escaños. Esas son, grosso modo, las reglas del juego.

Veintiocho días después de que levante los brazos en la línea de meta de las elecciones generales, el PSOE será corrido a gorrazos de las alcaldías capitalinas y las presidencias autonómicas donde gobierna. Ese era mi pronóstico. Lo que pase en Valencia el mismo día 28 de abril —allí las elecciones autonómicas se celebran a la vez que las generales— dirá si acierto o me equivoco. Según el CIS, me equivoco por muchísimo. El miércoles pasado Tezanos puso su lupa de cristal trucado sobre la Comunidad Valenciana y predijo que la izquierda iba a barrer a la derecha. Le sacaba 18 puntos (56,2 frente a 37,9) y 15 escaños (59 frente a 44). La mayoría está en 50. Con esos datos, el triunfo de Ximo Puig es pan comido.

Reaccioné con perplejidad, la verdad. No era ese el clima de opinión que me trasladaba el boca a boca de mis paisanos. Me encogí de hombros, mandé a Tezanos a esparragar (una expresión autóctona que se traduce por sí misma) y seguí a lo mío. Cuatro días después, el diario Levante ha sacado otra encuesta que le echa bastante agua al vino tezanista y pinta un panorama muy distinto. Le da al PSOE lo mismo que el CIS (31 por ciento y 33-34 escaños) pero altera sustancialmente el vaticinio de los otros partidos. Rebaja tres puntos la expectativa de Compromís y dos puntos y medio la de Podemos, que se queda, con el 5,7 de intención de voto, a menos de un punto de no superar la barrera del 5% que da acceso a la representación parlamentaria.

En la derecha apenas hay desfases por lo que respecta a Ciudadanos y a Vox, pero en relación al PP la corrección del pronóstico es de aurora boreal. Levante le da a Rivera un punto más que el CIS (17% frente a 16%), a Santiago Abascal le da cuatro décimas menos (6,1 frente a 6,5), pero eleva en más de 8 puntos —¡8 puntos!— la cosecha previsible de Pablo Casado. El diario valenciano cree que tendrá el 23,7 por ciento de los votos y Tezanos le otorga el 15,4. El resultado final es que la derecha se queda a solo tres escaños de alcanzar los 50 que permitirían un pacto a la andaluza, y eso siempre que Podemos alcance el mínimo exigido por la ley para que sus datos computen. Si no lo logra, las cuentas de la izquierda se hacen añicos.

Lo previsible, por lo tanto, es que en la noche electoral del día 28 haya emoción hasta el último minuto y no sepamos hasta el final si el PSOE valenciano ha de beber el cáliz de la derrota. La noche electoral del 26 de mayo, sin embargo, no tiene por qué ser tan emocionante. En el resto de las Comunidades Autónomas no hay partidos nacionalistas que refuercen las expectativas aritméticas de la izquierda. Allí la lucha entre los dos bloques será a pecho descubierto y si no cambian mucho las cosas en los próximos cuarenta y cinco días el pronóstico para el partido de Sánchez sigue siendo adverso. Tal vez ese hecho sirva para bajarle los humos a unos y para subirle la moral a otros. La vida es larga y la política, cambiante.

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