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Marcel Gascón Barberá

Las solistas de Casado y el Gobierno de Israel

La abundancia de primeros espadas es uno de los puntos fuertes del Gobierno Bennett. Y aquí, Casado no hace más que quejarse de Cayetana y Ayuso.

La abundancia de primeros espadas es uno de los puntos fuertes del Gobierno Bennett. Y aquí, Casado no hace más que quejarse de Cayetana y Ayuso.
El presidente del PP, Pablo Casado. | EFE

No creo que Pablo Casado llegue a leer este artículo, pero si por casualidad lo hiciera me gustaría sugerirle que mire a Israel. En una referencia clara a Isabel Díaz Ayuso y Cayetana Álvarez de Toledo, Casado se ha quejado recientemente de la emergencia de solistas en su partido. Para el jefe de la oposición, el excesivo protagonismo de estas dos mujeres brillantes resta, en vez de sumar, a la causa común del partido. Casado identifica el talento y la personalidad con las ansias de poder y protagonismo. Exige a sus mejores escuderos un perfil bajo que moja la pólvora más explosiva del PP, lo que le hace proyectar una imagen de debilidad que ya ha empezado a pagar en las encuestas.

Hace poco más de medio año se formó en Israel un Gobierno improbable lleno de solistas. Su líder por el momento es Naftalí Bennett. Su partido quedó quinto en las pasadas elecciones, a mucha distancia de los centristas de Hay Futuro. Según el acuerdo de coalición entre los ocho partidos que sostienen y componen el Gobierno, Bennett debe ceder el cargo de primer ministro al líder de Hay Futuro, el actual ministro de Exteriores, Yair Lapid, a mitad de mandato. Además de estos dos gallos, el corral de la improbable coalición israelí ha de acomodar al líder de Azul y Blanco, ministro de Defensa y exjefe del Estado Mayor del Ejército, Benny Gantz, y al ministro de Finanzas y halcón laicista de la minoría rusa, Avigdor Liberman.

Cuando este Gobierno rico en egos y primadonnas descabalgó del poder al todopoderoso Netanyahu, muchos vaticinaron que enseguida se ahogaría en la descoordinación y el enfrentamiento. La realidad está siendo radicalmente distinta, hasta el punto de que la abundancia de primeros espadas es uno de los puntos fuertes del Gobierno Bennett. Esto se ve muy bien en la política exterior. Después de más de una década con Netanyahu en que a los lugares importantes sólo viajaba el primer ministro, Jerusalén habla ahora con distintas voces, igual de enérgicas, que tienen diferentes matices pero coinciden en lo esencial y dan al Gobierno israelí una formidable potencia de fuego.

Lo vemos en la cuestión de Irán, en la que Gantz amplía el frente diplomático que encabezan Lapid y Bennett. La crisis de los turistas detenidos en Turquía la resolvió Lapid, mientras Bennett presumía esos días de ecologista en la cumbre del clima. Igual que Lapid y Bennett han ido a los Emiratos, Gantz visitó Marruecos, e intentó explicar en Europa y América (sin mucho éxito) por qué Israel ilegalizó a seis ONG palestinas por recaudar fondos para el terror. Y, entre tanto, Liberman ha dado presupuesto a las simulaciones de un hipotético ataque contra el programa atómico de Irán sin que nadie se rasgue las vestiduras porque diga en voz alta lo que piensa de asuntos tan importantes como la guerra con los ayatolás (21 de octubre: "La confrontación con Irán es cuestión de tiempo, y no de mucho tiempo").

Todo este frenesí diplomático es posible gracias a la confianza en sí mismos que muestran los actores implicados. Bennett, Lapid, Gantz y Liberman parecen entender que su posición de poder y la medida de su lucimiento personal no se ven disminuidas por el brillo de otros. Al mismo tiempo, las vedettes del Gobierno de Israel tienen claras sus prioridades y coinciden en lo fundamental, lo que les da la seguridad suficiente para tolerar matices en las actitudes ajenas, siempre que estas ayuden a avanzar hacia el objetivo que se comparte. (Horas después de escribir esto, leo en el Políticamente indeseable de Cayetana: "Un hombre que confía en sí mismo mira lo que firma, no quién más firma").

Esta misma comunión sustancial de aspiraciones se da también, a mi juicio, entre el líder del PP, sus solistas e incluso Vox. Pero Casado no ha mostrado hasta ahora ninguno de los rasgos que definen a los cuatro versos sueltos israelíes. Por eso ha sido incapaz de aprovechar todo el potencial de su partido, incluido el que le da el centrismo temperamental de los Almeidas y los Feijoos, y ha tirado por la borda una natural cooperación con Vox que sí está siendo posible, con sus inevitables tensiones, en el exuberante Madrid de la arrolladora Ayuso.

Lo dice también Cayetana en algún momento del festín que es su libro:

La libertad de un parlamentario, incluso de un portavoz, no debilita la autoridad del líder. La disciplina no puede ser sinónimo de sumisión. La discrepancia es compatible con la lealtad.

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