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Marcel Gascón Barberá

Macartismo progresista

Esta semana he perdido una colaboración por negarme a elaborar una lista negra de políticos de derechas.

Esta semana he perdido una colaboración por negarme a elaborar una lista negra de políticos de derechas.
Mike Kniec - pxhere

Esta semana he perdido una colaboración. El lunes, al volver de mis vacaciones, encontré en el correo una petición. Una de mis editoras me pedía encontrar, en unos documentos de Wikileaks, nombres de políticos y activistas conservadores que habían participado en actos internacionales contra la ideología de género o a favor de la familia tradicional.

La idea era hacer una lista de reaccionarios y enemigos de los derechos LGBTI para luego indagar, en otra serie de documentos, de qué organizaciones habían recibido dinero estos "individuos" (así llamaba la editora a los investigados). Con los resultados, y sumando lo obtenido por otros periodistas, publicaríamos un artículo sobre las conexiones de colectivos "ultraconservadores" a lo largo y ancho de Europa.

El encargo me pareció inaceptable nada más leerlo, y así se lo hice saber a quien me lo hacía. "Siento no poder ayudarte con esto. Me parece que me estás pidiendo que contribuya a una lista negra". La periodista contestó sorprendida. "¿Qué quieres decir con ‘lista negra’?". Estaba claro, pero se lo expliqué mejor: "Una lista negra por razones ideológicas, como las que se hacían en Estados Unidos durante el macartismo".

Ella me intentó explicar que no. Sólo se trataba de arrojar luz sobre la fuente de financiación de grupos e individuos que promueven la intolerancia y el odio. Pero la aclaración estaba hecha en el lenguaje moralista propio de todas las cazas de brujas, y no me convenció. Le dije que no buscaría en esos documentos nombres de personas que habían acudido a actos proscritos y me dijo que bien, pero que se lo explicara a la gran jefa con un correo con copia a ella.

Así lo hice. En vez de limitarme a hablar de la lista amplié mi argumentación al objeto último del artículo. Señalar las conexiones de grupos y activistas de derechas como algo ilegítimo es poner en cuestión la libertad de asociación de los conservadores, que tienen tanto derecho a aliarse, juntarse y financiarse de fuentes legales como los ecologistas o los progresistas.

La jefa respondió con gran sorpresa: no me lo esperaba de ti, y la negativa a ejecutar el encargo es enteramente injustificada. Consciente de que estábamos ante un callejón sin salida, puse mi continuidad en el medio a su disposición, pero ella devolvió la pelota a mi tejado: tú debes decidir si tus puntos de vista son compatibles con nuestro trabajo. Pensé un rato y le dije que no, y ella me invitó a renunciar con frialdad administrativa.

Por la noche, después de beber con amigos varias cervezas, escribí a todos los jefes y colegas una carta de despedida. Desgrané someramente los motivos, añadiendo a lo que ya había dicho antes que es profundamente totalitario tachar de antidemocrático a todo el que se aparte del discurso liberal de la UE en asuntos como el aborto o el género. Aproveché para despedirme de los colegas que me han tratado bien y a pregonar, con una benevolencia algo exagerada, mi gratitud por haber trabajado en un medio en el que he estado a gusto.

Y me di el gusto de excluir explícitamente del agradecimiento a "los comisarios políticos, o politruks, en ruso," que día tras día se esfuerzan en imponer la línea oficial mientras controlan y atosigan al trabajador.

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