Lo normal en Cataluña es tumbarse a la bartola en la playa y que de repente aparezca una cuadrilla de concejales de la CUP y el CDR de los jubilados por la república a clavar cruces amarillas en la arena. "Solidaridad pasiva" le llaman a lo que en realidad consiste en echar en cara a quienes toman el sol que hay "patriotas" catalanes en la sombra, que a Rull y Turull no les dejan ser consejeros, que las familias lo están pasando muy mal y que muchos de ellos son padres o abuelas de niños pequeños. Lo que viene siendo una "crisis humanitaria", según el racistorra. Y usted ahí, tomando el sol. ¿Pero no le da vergüenza?
Lo normal sería que no hubiera "presos políticos", reprochan en última instancia verbal a quienes osan censurar sus prácticas. Están perfectamente programados para dar respuestas irrebatibles en una discusión de campo y playa, estadio inferior, si cabe, al de los debates en las redes sociales. Son soldados de la república y en muchos pueblos son una cierta mayoría o al menos los que más gritan en el pleno, en el círculo agrícola, en la sacristía y en el ateneo cupero. Cuidadito con ellos.
Disponen además de un cuerpo de élite formado por pobres abuelitas y venerables viejecitos especializados en súbitos desmayos, proclives a aparatosas erosiones cutáneas y dados a los grandes aspavientos. También son notables sus aptitudes para la zancadilla y los puntapiés tobilleros. Tremendamente fotogénicos, provocar y meter cizaña es lo suyo.
Mientras el Gobierno se hace fuerte en el manejo del Diari Oficial de la Generalitat, el separatismo ha logrado el control absoluto del espacio público gracias al impulso y colaboración de las autoridades locales y la pasividad de las policías municipales y de los Mozos de Escuadra. Brutal 155. Edificios públicos, plazas, carreteras, rotondas, montes, playas, centros de salud, oficinas de toda clase y condición y hasta algunos estancos lucen la propaganda separatista, los lazos amarillos, las banderas y los carteles con las caras de los prófugos y los presidiarios. Es imposible dar un paso sin topar con una consigna pintada en el asfalto o con plásticos amarillos atados a los más diversos elementos del mobiliario urbano.
El monopolio propagandístico es uno de esos logros del catalanismo que inciden en su naturaleza violenta, totalitaria y supremacista. Los Comités de Defensa de la República no son asociaciones de pacifistas y tampoco son pacifistas sus actividades. Se basan en la coacción y se rigen por los mismos principios de odio y superioridad ilustrados con meridiana claridad en las deposiciones por escrito de su presidente, que también es el décimo de la Generalidad. Manejan el relato y en ese terreno ellos son los demócratas y los demás, fachas. Insultan, amenazan y agreden a los que se atreven a limpiar las calles con el aplauso de los medios y autoridades separatistas. No conciben que haya gente harta de su proceso, de su régimen, de su victimismo y de sus mentiras. Y como no lo conciben, pues tampoco lo toleran.
En la medida en que el proceso pierde interés y aburre hasta a las ovejas, aumentan la tensión y los enfrentamientos callejeros, unos empujones por aquí, un bofetón por allá, insultos, amenazas, pintadas en coches y casas, el paso previo a cualquier desgracia. La peor parte se la llevan los hijos de los guardias civiles, los concejales "unionistas", los militantes de partidos no nacionalistas y sus familias, los fiscales y jueces retratados en TV3 y en general esa clase de bestias infectas españolas, que diría Torra. La situación requiere del Gobierno algo más que el control del Diari Oficial, salvo que lo único que se pretenda sea salir pitando de Cataluña a la que Torra acepte formar un Gobierno de golpistas, pero sin golpistas en prisión o en Bruselas. Fácil lo tiene. Hay candidatos a patadas. Los que más le gritan a Torra que no afloje seguro que aceptan encantados ser consejeros y llevar escolta.