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Pablo Planas

En Andalucía, como en Madrid

A Juan Manuel Moreno Bonilla se le está poniendo cara de ciclista que pierde la carrera por levantar los brazos antes de cruzar la meta.

A Juan Manuel Moreno Bonilla se le está poniendo cara de ciclista que pierde la carrera por levantar los brazos antes de cruzar la meta.
Juan Manuel Moreno Bonilla. | EFE

Cuidado con las encuestas. A Juan Manuel Moreno Bonilla se le está poniendo cara de ciclista que pierde la carrera por levantar los brazos antes de cruzar la meta. El presidente de la Junta de Andalucía y candidato del Partido Popular no es precisamente un líder carismático ni un titán de la gestión. Se defiende, no cae mal y en sus cuatro años de gobierno no ha causado ningún estropicio. Es un tipo discreto y muy prudente. Tal vez no sea un afilado Bendodo, pero no se suele meter en líos de nacionalidades. Por eso recela de las encuestas, que a sus efectos son de dos tipos: las excesivamente amigas y las trampas para elefantes.

Los sondeos entusiastas auguran que podrá gobernar sin Vox porque el PP sumaría más escaños que toda la izquierda junta. Ahí anda a un tiro de piedra de los 55 escaños, la mayoría absoluta. Los sondeos trampa acentúan el vigor de Vox a fin de que Moreno Bonilla diga lo que hará tanto si depende de la formación de Macarena Olona como si se puede permitir un Gobierno en solitario. Unas y otras encuestas son, por lo demás, muy parecidas y coinciden en predecir la extinción de Ciudadanos, de 21 diputados a 1 en el mejor de los casos, y en constatar la irrelevancia del PSOE una vez privado de los mecanismos administrativos para la fidelización del voto, o sea para comprarlos.

El problema de ganar las encuestas es el impacto abstencionista entre ese segmento del electorado que se intuye a sí mismo como una fuerza indiscutible. En algunos casos, más que encuestas sobre las elecciones andaluzas parecen ajustes de cuentas sobre los gravísimos errores de Pedro Sánchez en economía, política exterior y gestión del desafío separatista, entre otras muchas cuestiones. La estrategia del PSOE es evidente: la desmovilización del electorado conservador. El día después de las elecciones, el argumentario de la izquierda ya está escrito: ni el PP habrá ganado de manera tan holgada ni Vox habrá subido tanto como se decía. También pudiera ocurrir que se produzca una cascada de dimisiones en la izquierda de personajes absolutamente desconocidos, como su candidato y candidatas.

Que Macarena Olona no es andaluza, que el PP no debe gobernar con Vox y la invocación permanente a la figura de Franco es todo lo que ha aportado la izquierda al debate electoral. En Andalucía ni siquiera un hombre tan desahogado como Sánchez se atreve a hablar de la corrupción. Todo conspira a favor de una gran derrota socialista y podemita, pero las encuestas no contribuyen a movilizar al electorado interpelado por la gestión del PP y por las batallas entabladas de la candidata de Vox.

En clave nacional, el resultado de las elecciones andaluzas puede ser el principio del fin del sanchismo, pero eso dependerá en gran medida de la participación. Y a diferencia de lo que regía hasta ahora, cuanto más alta, peor para la izquierda. Como en Madrid.

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