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Pablo Planas

La purga

Los ajustes de cuentas en los partidos se hacen en sábado y el presidente no distingue entre el Gobierno y el partido.

Los ajustes de cuentas en los partidos se hacen en sábado y el presidente no distingue entre el Gobierno y el partido.
Pedro Sánchez. | EFE/EPA/Estonian Goverment Press

La última réplica del terremoto político provocado por el espectacular triunfo de Isabel Díaz Ayuso en Madrid ha sido la destrucción del Gobierno ejecutada con mandíbula de cemento y mano de plomo por Pedro Sánchez, el hombre que no tiene amigos. En la gira por los países bálticos descartó abordar la crisis de Gobierno porque la vacunación era lo importante. Dos días después, el sábado, emprendió no una crisis, sino una auténtica purga. Morado se puso de cortar cabezas. Todas las que quiso menos, por cierto, las moradas de Unidas Podemos.

No es que Sánchez esté acostumbrado a trabajar los sábados. En absoluto. Pasa que los ajustes de cuentas en los partidos se hacen en sábado y el presidente no distingue entre el Gobierno y el partido. Así que a la vuelta de la gira internacional y todavía con el tembleque de piernas por los vuelos rasantes de los cazas de Putin se puso a la tarea de segar la hierba bajo los pies de sus más directos e íntimos colaboradores porque nunca se sabe lo que puede pasar.

Todos los que tuvieron alguna participación en el desastre socialista en Madrid, más aquellos otros amortizados, como el astronauta Duque, el titular de Justicia que instruyó los indultos del oprobio, el anónimo de Cultura, la ministra de meter la pata con Rabat o la señora Celaá, fueron despedidos sin contemplaciones. Como ese pobre Iván Redondo, que presumía de ser el hombre más poderoso de España, que pocos días antes de su decapitación decía que se tiraría por un barranco para salvar a Sánchez... Triste espectáculo. Aseguran que se le cayó el peluquín cuando le dijeron que tenía que abandonar el despacho. Y qué decir de Ábalos, que la misma mañana de su cese tenía organizado un acto para explicar una campaña de afiliación del partido y lo tuvo que suspender sobre la marcha. La única que lo tenía cuesta abajo era Carmen Calvo, humillada por su archienemiga Irene Montero.

Como Sánchez presume de no dar puntada sin hilo, considera que con el cambio de Gobierno y la que piensa liar en el PSOE se taparán los indultos. Es lo que le debe de haber dicho Bolaños, el nuevo hombre fuerte de Moncloa, carne de cañón a medio plazo. Eso sí, que le quiten lo bailao. Él ha llegado a ministro, cosa que Redondo no será ni en sueños. Suerte tendrá si lo vuelve a acoger el PP. Lleva puesto el cartel de libre y cosas más raras se han visto.

Lo que tampoco va a tapar con los cambios es el desastre de la quinta ola de la pandemia. España está en el punto de mira de media Europa gracias en gran parte al descontrol del coronavirus en Cataluña. Pero como Cataluña no es Madrid, pues al presidente del Gobierno le parece muy bien que el joven Aragonès y el consejero que no quería vacunar guardias civiles, Argimon, miren para otro lado mientras en Barcelona se acaba de celebrar un festival musical con más de 25.000 muchachos pegando botes sin mascarilla ni distancias. El rap es lo que tiene, que es fundamental.

Todavía resuena el anuncio de que ya no había que llevar mascarillas por la calle. Cuatro días después de los indultos lo dijo Sánchez. Como en el verano pasado, otra vez había vencido el virus. Qué tío. "Las mascarillas dejan paso a las sonrisas", ratificó la ministra de Sanidad, Carolina Darias. Sí, y las sonrisas al llanto y el crujir de dientes en los hospitales y en los hoteles.

En cuanto a Cuba, Sánchez calla. No se puede caer más bajo.

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