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Pablo Planas

Lo volverán a hacer

El indulto es una invitación para que la historia se repita.

El indulto es una invitación para que la historia se repita.
| EFE

Jordi Cuixart, el recluso separatista que prometió en el Tribunal Supremo que lo volverían a hacer, el tipo que considera que los indultos son una humillación, el presidente de Òmnium que hace ostentación de impenitencia, resulta que es el último traidor a la causa. Los talibanes de la república catalana en el delirio no le perdonan que se abrazara a Miquel Iceta tras la toma de posesión del nuevo presidente de la Generalidad, Pere Aragonès.

Cuixart, al igual que sus compañeros presos Oriol Junqueras y Jordi Sànchez, asistía al acto protocolario en el Palacio de la Generalidad gracias a un permiso penitenciario. Y ahí fue donde se produjo el abrazo que ha soliviantado a tantos independentistas que desde la comodidad de sus casas tuitean que Cuixart se ha vendido al enemigo y es un ser despreciable, un súbdito agradecido con sus carceleros y un desalmado. "Ver a Jordi Cuixart abrazándose a Miquel Iceta, personalmente fue como si el presidente de Òmnium me hubiese clavado un puñal en el corazón", ha escrito Vicent Partal, editor del periódico digital decano de Cataluña, Vilaweb. La oleada de indignación contra Cuixart muestra el estado de ánimo del separatismo más fanatizado. Y que nadie con cara y ojos haya salido en su defensa en público evidencia a qué extremos de degradación inhumana ha llegado el independentismo.

El episodio sirve también para ilustrar las peculiares condiciones en las que los golpistas cumplen las penas impuestas por el Tribunal Supremo. ¿Se imagina alguien que Tejero hubiera asistido desde la tribuna de invitados a un pleno del Congreso? ¿O que hubiera participado en el diseño de la organización de la Guardia Civil desde la cárcel? Pues eso es lo que ocurre con estos presos. Cuixart es tratado con todos los honores en el Parlamento y en la Generalidad, mientras Junqueras y Sànchez negociaron en la cárcel y fuera de la cárcel con un prófugo instalado en Waterloo la composición del nuevo Gobierno autonómico.

Que las cárceles catalanas dependan de la Administración autonómica es lo que ha facilitado en gran medida que los golpistas presos hayan entrado y salido casi a placer. Tal precedente no ha sido óbice para que el Gobierno de Sánchez haya concedido al Ejecutivo vasco todas las competencias en materia penitenciaria.

Del mismo modo, la ausencia de arrepentimiento no va a impedir que los nueve encarcelados por el golpe separatista se beneficien de los indultos que planea conceder Sánchez, en otra exhibición de autoritarismo. El recurrente uso de la primera persona por parte del presidente del Gobierno es lo que delata su carácter despótico. Y que equipare la suave sentencia del Supremo a un acto de venganza pone de manifiesto su ignorancia, desprecio por la ley y falta de personalidad, toda vez que el argumento es el mismo que utilizó Oriol Junqueras en su última deposición ante los magistrados.

Como es obvio, aquel "lo volveremos a hacer" de Cuixart no fue un brindis al sol. El nefasto Torra se puso manos a la obra y Aragonès pretende continuar con la labor hasta encontrar las condiciones adecuadas para el "embate", el término que el separatismo utiliza para no decir "golpe". Que el último intento se vaya a saldar para unos pocos de sus protagonistas con algo más de tres años y medio de prisión, y la mayor parte de ese tiempo en una cárcel bajo su control, es una invitación para que la historia se repita.

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