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Pablo Planas

Matar, rematar y el 'yihadismo' aquí

La lucha contra el terrorismo comienza por convencer a algunas de sus potenciales víctimas de que los terroristas no tienen causa ni razón.

Si en los años de plomo de ETA hubieran existido cámaras de seguridad y teléfonos móviles, las muestras de horror y crueldad resultarían tan o más atroces que la protagonizada por el yihadista que este miércoles ha rematado a un policía francés que yacía herido en el suelo, en París, cerca del semanario satírico Charlie Hebdo. En los análisis de urgencia se habla de atentado contra la libertad de expresión y se recuerda que la revista había publicado caricaturas de Mahoma. Contextualizar un crimen no debería significar justificarlo, pero esa es la conclusión de los titulares. Aquellos dibujantes y periodistas rondaban el filo, publicaron viñetas con el Profeta y apuraron al máximo la libertad de expresión. El atentado es contra ellos, no contra la sociedad entera. Craso error.

¿Y los policías? De uno de ellos sabemos cómo murió. La eficacia del yihadista sugiere experiencia de combate en Siria, duros entrenamientos en las bases terroristas islámicas, un manejo diestro de las armas y un fanatismo peldaño menos que el del terrorista suicida. El estremecimiento que provoca el asesinato en directo no ha sido óbice, sin embargo, para la propagación de las causas próximas y remotas de la matanza islamista en París. El desarraigo, la banlieu, la numerosa presencia de ciudadanos franceses en la nueva marca del terror, el Estado Islámico y la guerra santa son los condimentos de un escenario en el que el Ejército de Francia no patrulla por Kabul sino por Toulouse.

Mientras tanto, en España, Al Ándalus para los islamistas, los ecos de la Pascua Militar nos traen la buena nueva de la instalación de un museo del Ejército en Barcelona. Once años después del 11-M, Ceuta, Madrid, Melilla, Barcelona, Tarragona, toda Cataluña son agujas en el mapa de los terroristas talibanes, cajas de reclutas y de recaudación, así como escenarios de alcance global para sus actividades. Los policías pasean sin chalecos antibalas, tan desamparados que se les puede arrojar a las vías del tren, y el Ejército se despliega fuera de nuestras fronteras como si la vieja Europa fuera la plácida retaguardia suiza de los años cuarenta.

La lucha contra el terrorismo, como se debería saber por experiencia, comienza por convencer a algunas de sus potenciales víctimas, como los voceros de la izquierda o el actor Guillermo Toledo, de que los terroristas no tienen causa ni razón. Pero esa tarea no es incompatible con otras más urgentes, como las derivadas de la seguridad. Tras la muerte de un compañero al tratar de reducir a un delincuente habitual, los agentes de la Policía Nacional piden pistolas eléctricas. Tal vez habría que pensar en otras armas, más pesadas, como en Francia, para hacer frente al terrorismo. Aunque parezca que no sirve de nada.

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