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Pedro de Tena

Del síndrome tontológico

Cuando en tan pocos días confluye tal catarata de sucesos de esta misma índole, cabe considerar que un nuevo síndrome ha obtenido carta de naturaleza.

Cuando en tan pocos días confluye tal catarata de sucesos de esta misma índole, cabe considerar que un nuevo síndrome ha obtenido carta de naturaleza.
Pintura de San Anselmo aceptando el baculo papal que le entrega el rey Guillermo el rojo, enfermo en su cama, para nombrarle arzobispo de Canterbury. | Cordon Press

El santoral católico celebra este día 21 de abril el día de San Anselmo de Canterbury, que era italiano del Piamonte y no inglés, autor de uno de los argumentos lógicos más interesantes y meditados de la historia de la filosofía. Desde Tomás de Aquino y Renato Descartes a Bertrand Russell, pasando por Gustavo Bueno, García Morente o Zubiri, por hablar de algunos nuestros, lo han tratado. Sus considerandos querían demostrar a los insensatos descreídos que la existencia de Dios es lógicamente necesaria. Se le conoce como el argumento ontológico porque relaciona íntimamente el ser divino y la lógica.

Esta semana española hemos vivido una serie de acontecimientos que han contenido argumentos, que vamos a llamar tontológicos, porque tienen derecho a formar parte de una lógica para tontos que, como se dijo hace mucho, son legión. De ahí me tomo la libertad de deducir que, junto a la miríada de síndromes clasificados que conocemos, desde el de Adalberto –un espejismo de Felipe Benítez Reyes– al de Stendhal o el de Babel, hay uno nuevo, el síndrome tontológico, cuya manifestación es la inclinación a producir argumentos absurdos o ridículos que causan risa floja hasta en los cerebros más blandos.

Por empezar, el de Núñez Feijóo, Alberto, para justificar su inasistencia a la toma de posesión del nuevo gobierno de Castilla y León. Había algo más importante, razonó, que acudir a una ceremonia que, además de dar la presidencia de la comunidad al PP, consagraba una coalición nueva y esencial en la política española. Con tal tontológica se quería evitar la foto –real– con Santiago Abascal en una época en que la foto –virtual e intencional– no hay quien pueda esquivarla. Pues ha tenido foto –de Abascal– y leña al mono del PSOE.

Pero los hay más jugosos. El del defensa del Barsa, Geri Piqué, ha alcanzado un nivel boreal. Trapichear ocultamente con la final de la Supercopa de España para trasladarla a Arabia Saudí con millones de euros de comisión para los conspiradores, él mismo y Luis Rubiales, presidente de la Federación Española de Fútbol, no influye para nada en su comportamiento en el campo. Claro, claro, bendice una risa desabrochada. Y eso sin mencionar los ERE de Motril donde se muestran una casta y un galgo. No sería mala cosa sopesarlo como síndrome de Geri.

Hay otro, éste de una habitual de la tontología como Carmen Calvo. Su nuevo argumento enhebra una idea sorprendente. En su interpretación –ya saben cómo le tocó un título en la tómbola socialista–, el pacto de gobierno PP-Vox en Castilla y León es de dudosa constitucionalidad porque da "carta de naturaleza al machismo" y porque la legislación profeminista retrocede. Cuando dejen de carcajearse, recuerden otras dislógicas de esta genia que ha llegado, nadie sabe cómo ha sido salvo Susana Díaz, a la vicepresidencia del gobierno.

No puede echarse en saco roto el de Eduardo Madina, al que siempre respeté por ser víctima del terrorismo etarra. Pero al transitar desde el síndrome de Estocolmo al síndrome de "esto es el colmo" me ha liberado de mi compostura. O sea, dice, Vox, que no ha matado a nadie, es peor para la democracia que Bildu, en cuyas rendijas anidan, respiran y cobran pistoleros que han matado a casi mil españoles –su democracia es la del tiro en la nuca y la goma-2– y que decide, gracias a su PSOE, quién es o no buen vasco, quién o no buen demócrata, quien es o no presidente del Gobierno.

Junto a éstos, los de Pedro Sánchez en Antena 3 mezclando tiempos, resultados y procesos electorales en Madrid y Castilla y León –el PP no fue el partido más votado en ellas, destiló– no llegan a la categoría de argumentos "tontológicos" sino que quedan en la suya de siempre, las oraciones de falseología, una iglesia que va a terminar fundando.

Cuando en tan pocos días confluye tal catarata de sucesos de esta misma índole, cabe considerar que un nuevo síndrome, el tontológico, ha obtenido carta de naturaleza. En él, la producción de argumentos tontos se une a la consideración de los españoles como tontos. Y, oigan, más que tratamiento, tiene éxito.

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