Es el temor que se instala cada vez más en el PSOE andaluz. Aunque todas las señales de humo parecían anticipar un mensaje electoral, Susana Díaz, aún presidenta de la Junta, no se decide. Tal vez para el 2 de diciembre. Quizá para el casi turronero 16. A lo mejor, ni eso. Sus partidarios tienen achinchetada en la memoria aquella otra vez, no hace tanto, que esperó y esperó hasta que un tal Pedro Sánchez tuvo tiempo de machacarla como a una aceituna en las primarias del PSOE. Tenía a su favor a un ramillete de influyentes socialistas y a los presuntamente poderosos barones territoriales. Pero vaciló y vaciló y, al final, la hecatombe.
En estos momentos, tras innumerables globos sonda inflados en la Junta, Susana Díaz se resiste a convocar elecciones a pesar de saber que no cuenta ya con ningún apoyo parlamentario que le permita aprobar unos presupuestos para 2019. Igualmente, sabe que su gestión, sobre todo en el ámbito de la sanidad y, en general, de los servicios públicos, es manifiestamente mejorable y ha llevado a miles de ciudadanos a las calles. Y está lo del caso ERE, la formación y la miríada de casos más pequeños de cochambre institucional y política. Y el paro, creciendo con el decrecimiento. Y los andaluces, a la cola de Europa. Y...
Conoce a la perfección que Sánchez, presidente de un Gobierno de España que debe a Andalucía, según ella, alrededor de 2.300 millones desde 2008, época de su compañero y amigo José Luis Rodríguez Zapatero, no le va a dar ni un duro a tiempo. Las neurastenias de Kim Torra, que la han cabreado mucho más que a su verdugo, José Luis Ábalos, lo van a impedir. Además, tampoco le va a pagar su también ¿doctor? No los 500 millones de euros que le prometió en julio. Encima, corroe su tela de araña desde dentro con los tentáculos gubernamentales. Vamos, que todo es mohína.
Igualmente sabe que está creciendo el malestar por el cacao monclovita, que puede hacer bajar los votos del PSOE en toda España, como ya se ha indicado en algunos sondeos. Es consciente, cómo no, de que ella misma pierde sufragios en Andalucía sistemáticamente desde hace años. Pero debe de tener claro que su oposición está en mal momento. El PP es un pollo sin cabeza y Podemos, una fábrica de desilusiones. Ciudadanos... en fin, puede ser de nuevo su muleta, y si desbanca al PP de la segunda posición (Inés Arrimadas de por medio en la campaña), Casado quedará casi grogui en el primer asalto.
Resumamos, la de Triana debería tener claro que, cuanto antes convoque elecciones, mejor para ella y para su partido. Aunque pierda votos, podría gobernar cómodamente con Ciudadanos y su felpudiano benefactor, Juan Marín, por orden de Rivera, claro, que la espera en Madrid para cogobernar, como en el Sur. Lo creen casi todos, incluso en su sanedrín. Pero ella duda de nuevo. Aplaza de nuevo. Titubea de nuevo. Tiembla de nuevo.
Se ha deducido que las elecciones están cerca porque acuerda futuros de comodidad con los sindicatos de clase, de esa clase, y los empresarios oficiales; porque lanza la tradicional y obesa oferta de empleo público; porque aprueba leyes sociales claramente destinadas a la propaganda; porque se fotografía en inauguraciones de trenes voladores que ya veremos si empiezan el vuelo o lo terminan; porque se distancia de su presidente en sus aceradas críticas al separatismo catalán… Cerca, claramente cerca.
Pero ella desconfía otra vez, paralizada como el asno de Buridán ante una decisión vital. Como entonces, cuando perdió la Secretaría General. Otra vez se la puede comer el lobo después de tanto amago. El error Susana, la perplejidad fatal, puede estar cabalgando de nuevo sobre el régimen de un PSOE andaluz que tiene que impedir, como sea y por supervivencia, la posibilidad de una coalición de gobierno PP-Ciudadanos y no caer en brazos de una Teresita que no es precisamente del niño Jesús.