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Pedro de Tena

El PSOE, corrupción y subversión

El gran mentor que anima las desenfrenadas posiciones políticas de Sánchez es José Luis Rodríguez Zapatero.

He pasado algunos minutos escuchando al exministro del Interior de un Gobierno de Felipe González, José Luis Corcuera, en una intervención televisiva que invito a todos a ver aquí. Y no es la única por la que merece la pena escucharlo. Tampoco es la única intervención de socialistas históricos que claman contra la vuelta al marxismo, ahora en versión castro-bolivariana, que, de hecho, está protagonizando Pedro Sánchez y el desconocido sancta sanctorum de personalidades socialistas y comunistas que impulsan, amparan, avalan y bendicen su estrategia política de mentiroso compulsivo.

No tengo duda alguna de que el gran mentor que anima las desenfrenadas posiciones políticas de Sánchez es José Luis Rodríguez Zapatero, personaje al que cortejan los dictadores y sátrapas de Iberoamérica, que manipuló un atentado terrorista contra el Gobierno legítimo del momento, que pervirtió la idea de reconciliación nacional y la sustituyó por la patraña de la memoria histórica de parte y que, fundado en movedizos discursos sobre la existencia de varias Españas que nos está recordando estos días Agapito Maestre, ha puesto en la bandeja de los separatistas la cabeza de su patria, España. Seguramente hay otros personajes en el claroscuro de la intriga y la fullería, españoles o no.

En uno de sus discursos ha dicho Corcuera que hace cuarenta años, con la renuncia al marxismo, el PSOE se hizo socialdemócrata. Pero tal aserto es una falacia. No sólo porque una tradición de años, política, organizativa y moral, no desaparece con una declaración política. También porque la práctica desarrollada por el PSOE desde 1982 en los Gobiernos a los que accedieron, el nacional, los autonómicos y los municipales, dejaron constancia indudable de que seguían vinculados a las viejas prácticas de la conquista, vía ocupación, del Estado. Si hasta 1996 un modo corrupto de funcionar que anidaba en muchas autonomías y ayuntamientos evidenciaba su falta de fe en las instituciones y su legalidad, valores y prácticas democráticas, lo que vino después ha sido peor.

Desde 2004 se puso en marcha lo que el recordado César Alonso de los Ríos llamó la "subversión tranquila", cuyo origen situaba en el 20 de noviembre de 2011, cuando el PP ganó las elecciones generales por mayoría absoluta, consolidando una hegemonía política nunca vista antes en el Gobierno y en casi todas las comunidades y municipios de España. Pero fue la subversión animada desde 2004 por un inexplicable Pérez Rubalcaba que convirtió un atentado terrorista en un ariete contra un Gobierno democrático su manifestación original.

A partir de ahí, conscientes de que el PSOE nunca volvería a ganar unas elecciones sin los nacionalismos, recuperó algunas andanzas de Suresnes y la autodeterminación de las regiones españolas, dando alas a los pactos de Zapatero con los separatistas, abrazando una teoría de las Españas que luego dieron paso a la nación de naciones de ahora (León incluida, claro está, desde hace unos días).

O sea, que el PSOE, como ya hizo en la Segunda República, ha vuelto a cuestionar la legalidad democrática –lo del caso ERE en Andalucía es una muestra de la falta de respeto a la igualdad ante la ley incluso entre los trabajadores– y sus normas de convivencia. Pero en esta ocasión está llegando más lejos que nunca en la conversión de la unidad nacional y constitucional en moneda de cambio político.

Sigo creyendo que el PSOE tiene modos de reaccionar para no hundirse en los abismos con los que juguetea, pero para ello es preciso que, con claridad, con publicidad, con decisión y con convicción, abrace de una vez la socialdemocracia española que puede y debe representar. Ya no le queda mucho tiempo. De lo contrario, nos obligará a todos los demás, que creemos en la España que fue capaz de coronar una más que difícil transición, a defender la legalidad democrática y la unidad nacional en una España reconciliada, ahora en peligro por la irresponsabilidad del mentiroso compulsivo que los dirige.

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