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Pedro de Tena

La izquierda y su gran cosa mala rubia

La actitud de los demócratas en la transmisión de poderes en Washington ha sido, en general y encima, estúpida y banal.

En fechas tan lejanas como 1995, el filósofo liberal-izquierdista Richard Rorty publicó un artículo esperanzadoramente desafiante y crítico hacia el viejo socialismo acusando a las izquierdas de no haber entendido nada sobre la caída del Muro de Berlín. "No podemos seguir usando el término capitalismo para significar al mismo tiempoeconomía de mercado y el origen de toda injusticia contemporánea. No podemos tolerar por más tiempo la ambigüedad entre el capitalismo entendido como el nombre que damos a una forma de financiar la producción industrial y la innovación tecnológica y el capitalismo como el nombre de La Gran Cosa Malaresponsable de la mayoría de la miseria humana contemporánea".

Más de veinte años después, ni la izquierda norteamericana ni la europea parecen haber reflexionado sobre el tema. Han persistido en la polarización política y exacerbación de la rigidez intelectual. La actitud de los demócratas en la transmisión de poderes en Washington ha sido, en general y encima, estúpida y banal. Acusando de ilegitimidad al nuevo presidente de Estados Unidos, elegido según normas aceptadas durante dos siglos por demócratas y republicanos, dan alas a quienes, dentro del séquito de Donald J. Trump, tienen esas mismas tentaciones respecto a la izquierda burocrática y tradicional. Es más, le han aportado otro precedente y un referente. A Nixon le tiraron piedras; Reagan fue caricaturizado como imbécil y a Trump, la Gran Cosa Mala Rubia, lo acusan de todo cuando ni siquiera han transcurrido cien días de su mandato. ¿Para qué esperar, cuando ya se conocen infusamente la intrínseca maldad del adversario y la bondad propia? Stultorum infinitus est numerus.

Además, Rorty puso, cuatro años después, el dedo en la llaga en otro aspecto esencial de lo que hemos vivido estos días: el abandono del patriotismo de una izquierda incapaz de comprender que su país tiene diferentes fuentes de inspiración política y moral, todas ellas legítimas, incomprensión que le despeña hacia un desprecio por la propia nación y patria. "El orgullo nacional es a los países lo que la autoestima (respeto por uno mismo) es a los individuos: una condición necesaria para mejorar (…) Implicarse emocionalmente con el propio país –tener sentimientos de vergüenza profunda o de orgullo pleno respecto a determinados acontecimientos o etapas de la historia del país o de diversas políticas nacionales– es necesario si se pretende que la deliberación pública sea imaginativa y productiva. Tal deliberación no se producirá a menos que el orgullo y no la vergüenza sea el sentimiento que prevalezca". Ni pensarlo.

El espectáculo de la izquierda norteamericana de estos días, desde actores, artistas a gamberros o violentos organizados, ha sido antipatriótico por despreciar la mejor de sus tradiciones: la alternancia democrática, las instituciones derivadas y sus valores y defectos. Es decir, han dejado el patriotismo en manos de Donald J. SuperTrump. Hay que ser mendrugo.

No es nada nuevo en una España donde, como he mencionado en otra ocasión, Menéndez Pidal ya subrayó el comportamiento absurdo de una izquierda que abandonaba "íntegra a los contrarios la fuerza de la tradición". Fue hace décadas, pero el socialismo español, y la izquierda en general, sigue en poder de sus prejuicios decimonónicos sin atención ni estudio algunos sobre la realidad del siglo XXI, enredados en esa su gran cosa mala nacional que es la derecha, si es liberal aún más mala, y despreciando la realidad nacional española, a veces hasta quemando banderas y otros símbolos. Ortega ya sentenció que no hay nada más conservador que pretender que el pasado se instaure en el presente. Pues toma castaña.

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