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Pedro de Tena

La metamorfosis de Marlaska y la soledad de las víctimas

La democracia española, que fue y debería seguir siendo militante contra la muerte, no defiende ni ampara a sus víctimas.

La democracia española, que fue y debería seguir siendo militante contra la muerte, no defiende ni ampara a sus víctimas.
El ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska. | Ricardo Rubio / Europa Press

De la película Promesas en París, de Thomas Kruithof, presentada hace unos días en el Festival de Cine de Málaga, sólo conocemos el tráiler y algunos anticipos. En uno de ellos, la protagonista, una alcaldesa a la que se le propone ser ministra, dice: "O sea, soy honrada, pero miento", respuesta que da a la propuesta que se le hace de prometer algo que sabe que no podrá cumplir para ascenderé políticamente. Y su hombre de campaña electoral le responde: "No cumplir una promesa política no es mentir". Al parecer, la primera edil acepta la vía de la corrupción moral con tal de que su nombre pase a la Historia.

Si en vez de ser una alcaldesa hubiese sido un juez, estaríamos ante un retrato aproximado del ya anti-juez Fernando Grande Marlaska. No es que sea anti-juez porque sí. Lo es por sus propios actos. Es él mismo quien, cuando presidía la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, se opuso al acercamiento de presos de ETA y consideraba la dispersión impulsada por el exministro de Justicia socialista, Enrique Múgica, como una medida eficaz contra la banda terrorista. Esto es, Marlaska va contra sus propios actos judiciales.

Si su propósito ha sido pasar a la historia de algún modo, lo está consiguiendo. Su metamorfosis –que en Franz Kafka iba de hombre a cucaracha, o a escarabajo pelotero según Nabokov, y, en todo caso, a símbolo de lo indeseable–, ha llegado a tal nivel que ayer mismo la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) anunció que va a retirarle la medalla de la dignidad que le concedió en 2017.

Pero esta noticia, que indica cuál es el nivel de la bajeza que el Partido Socialista ha alcanzado en sus tratos con ETA y sus sucesores desde la infamia original del expresidente Rodríguez Zapatero, ahora ligado a nuevas infamias como la defensa de la dictadura venezolana, no debe tapar la lamentable evidencia de la soledad de las víctimas de ETA. También fueron abandonadas por el gobierno de Mariano Rajoy tras la visita del "infame" a Jorge Fernández, su ministro del Interior. A saber qué le dijo.

La propaganda sistemática esparcida sobre los españoles anunciando que la democracia española ha derrotado a ETA contrasta con la realidad de unos hechos testarudos que certifican que en 2021 todos los presos de ETA habían sido acercados al País Vasco, que muchos han sido excarcelados o beneficiados, que los homenajes a los asesinos no cesan, que sus herederos políticos se sientan en las instituciones y que el gobierno de Pedro Sánchez acepta que Bildu avance posiciones a cambio de su voto en el Congreso.

Pero no hay duda de que la propaganda ha hecho su efecto letal sobre la dignidad nacional. Este pasado sábado se manifestó la AVT en Madrid contra la traición del gobierno Sánchez, 7 años después de haberlo hecho contra el gobierno Rajoy. No puede valer todo para seguir en La Moncloa, era uno de sus lemas. Su consecuencia ha sido que la presidenta de la AVT, Maite Araluce, anunció que retirará al ministro del Interior la medalla que se le concedió por haber sido un juez implacable contra el terrorismo etarra.

La metamorfosis de Marlaska puede ser espeluznante y miserable. Pero en el acto del sábado apenas estaban unos "centenares" de personas y eso indica que se ha producido otra metamorfosis, mucho más alarmante que la del anti-juez, en la sociedad española. Estamos aceptando el blanqueo del asesinato y el terrorismo –del 11 M de 2004 para qué hablar–, y estamos enviando urbi et orbe señales de debilidad y rendición ante los que consideran que el terrorismo es políticamente eficaz. Al otro lado, siempre hay alguien.

La democracia española, que fue y debería seguir siendo militante contra la muerte, no defiende ni ampara a sus víctimas. Otra batalla cultural y moral que estamos perdiendo. Pronto será lícito preguntarse: "Democracia, ¿para qué?"

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