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Santiago Navajas

Liberales en tiempos de derrota

Sólo los liberales siguen planteando una resistencia de valores políticos dada la preeminencia que otorgan a la libertad frente a los demás valores.

Sólo los liberales siguen planteando una resistencia de valores políticos dada la preeminencia que otorgan a la libertad frente a los demás valores.
Comité Nacional del Libertarian Party. | lp.org

Entre los depredadores políticos naturales de los liberales están los socialistas y los conservadores. También los tecnócratas. La tecnocracia trata de eliminar las ideas sustituyéndolas por la ideología de la eficiencia.

La disputa tradicional entre conservadores y socialistas por el alma de la civilización occidental se está decantando por la visión izquierdista en la que el igualitarismo y el intervencionismo social se está acelerando. Los conservadores han perdido la batalla definitivamente y únicamente aspiran a ralentizar el vertiginoso ritmo de colectivización y manipulación de la ciudadanía. Sólo los liberales siguen planteando una resistencia de valores políticos dada la preeminencia que otorgan a la libertad frente a los demás valores. Libertad, igualdad y solidaridad al organizarse en ese orden articulan una geometría política que exige el establecimiento de una sociedad más abierta, más flexible, más próspera y más equitativa.

En el bando conservador, Trump fue un síntoma de la desesperación y la frustración de un electorado que cree en valores como el patriotismo, el honor, el orden y la justicia, todos ellos pisoteados y cancelados por una izquierda que ha pretendido deconstruir hasta la policía. Su gran derrota ha sido el canto del cisne de una derecha americana que tuvo su gran momento con Reagan pero que desde McCain y Romney se ha rendido en la teoría y la práctica a los postulados de la identidad de la izquierda, al tiempo que no ha renunciado por la apuesta de un Estado grande y costoso asociado a la industria militar (como denunció Eisenhower).

En esa disputa entre estatistas de derecha y de izquierda, entre intervencionistas de uno y otro bando, lo fundamental es que haya una voz independiente y alternativa que sea capaz de desafiar el paradigma dominante. Por ello no tiene sentido que se argumente, como ha hecho Walter Block en el Wall Street Journal, que los votos que fueron al Libertarian Party le han “robado” la elección a Trump. En primer lugar, negarse a demonizar a Trump no implica que haya que apoyarle, mucho menos votarle. Pero es que además no es cierto. Si no existiera el partido liberal por antonomasia en EEUU, el voto liberal iría en gran parte a la abstención, repartiéndose el resto entre demócratas y republicanos. En estas últimas lecciones el voto liberal que no se ha decantado por el Partido Libertario se ha unido mayoritariamente a las filas demócratas de Joe Biden. La razón es obvia: han detectado más estatismo y autoritarismo latentes en Trump que en el candidato demócrata.

Si hay algo que caracteriza al liberalismo es estar en permanente estado de derrota. Fuimos derrotados por la derecha reaccionaria y la izquierda revolucionaria durante la II República. Fuimos derrotados tras la II Guerra Mundial cuando la planificación intervencionista de Roosevelt sustituyó a la planificación nazi y estalinista. Fuimos derrotados tras la crisis de 2008, cuando los capitalistas de Wall Street y los burócratas de la Casa Blanca se pusieron de acuerdo para salvar a los primeros, con el dinero de los contribuyentes que podían expoliar los segundos, de la crisis que ellos mismos habían provocado. Y, sin embargo, mal que bien, con el paso del tiempo medio hemos arreglado la situación: España ha vuelto a ser una democracia liberal, los mercados se reactivaron tras la debacle del muro de Berlín y de los keynesianos, y Wall Street y la Casa Blanca… no, ahí no hemos conseguido meter baza.

Además de la derrota crónica, lo que también caracteriza al liberalismo es una lucha constante en la adversidad. La resiliencia que ha descubierto ahora Pedro Sánchez y que repite como un conjuro. El liberalismo es pecado, como proclamaba uno de sus más encarnizados enemigos católicos, y el pecado no se destruye, aunque sí se crea, sino que se transforma. Como Prometeo, el liberalismo puede ser encadenado a rocas políticas para ser devorado por monstruos genocidas, pero como el héroe griego se reinventa una y otra vez desafiando los poderes establecidos culturales y económicos.

Mientras la izquierda y la derecha aspiran a la hegemonía del consenso, el liberalismo conspira por el disenso impensable. El liberalismo es el único proyecto utópico de la historia que aspira a una planificación para la libertad en la que se combine lo razonable con su gemela, la empatía, en lugar de la racionalidad junto a su hijastra, la violencia. Por todo ello, y aunque todo voto es respetable y cuenta con razones y sentimientos que hay que tener en cuenta, lo más coherente desde el punto de vista liberal en EEUU es apoyar a un partido genuinamente liberal que sea coherente entre el ideal y lo pragmático.

No hay nada más útil para una democracia liberal que siga habiendo liberales en ella. Sólo de esta forma la separación de poderes, el control de las grandes corporaciones, la limitación de la intromisión del Estado en las libertades ciudadanas, la defensa de los mecanismos de mercado y el desarrollo de una justicia equitativa seguirán siendo los soportes de la civilización occidental. Inclinarse a votar el mal menor no sería sino rendirse a la falacia de que los enemigos de tus enemigos son tus amigos. Si los conservadores no consiguen aupar a Trump o los “progresistas” hacer triunfar a Biden no será por culpa de ningún liberal. Hay muchos modos de votar pero lo más sensato es apoyar a los que piensan como tú. En un mundo que oscila entre lo kafkiano y lo orwelliano es vital que se mantenga la llama quijotesca del liberalismo.

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