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Antonio Robles

El sueño frustrado de Chávez

¡El espíritu de Simón Bolívar hecho carne en la figura revivida del revolucionario Hugo Chávez! ¡Colosal!

¡Qué fascinante hubiera sido el prodigio!

Fue un instante de lucidez; como si un relámpago de fuego hubiera cruzado su mente para poseerlo con el más grandioso de los pensamientos. Se incorporó poseído por la visión y mandó desalojar la estancia.

–¡No, tú no! –le espetó al guiñol. Nicolás Maduro recuperó la compostura y se puso a sus órdenes.
–Lo que usted mande, mi comandante.

Hacía dos semanas que lo habían operado a vida o muerte. Quizás fueron los efluvios de la morfina, o la mezcla de medicamentos y mística. Lo cierto es que el presidente acababa de urdir el más grandioso episodio en su camino hacia el sueño de Simón Bolívar. Ni sus generales, ni el petróleo ni las adhesiones inquebrantables de medio continente sudamericano estarían a la altura de su último delirio.

–¡Compañero, prepara mis exequias, en dos semanas me muero!
–Mi presidente nunca morirá –le babeó el guiñol.
–Moriré para vivir y vencer.
–¿Como Cristo, compañero?
–No seas mendrugo, Nicolás. Simularás mi muerte y, una vez recuperado por completo, la anunciarás. Quiero ver al pueblo de Venezuela llorar por su redentor, y cuando mi féretro navegue entre millones de compañeros romperé el ataúd, saldré blandiendo el sable de Simón Bolívar y rendiré a mis pies a la patria entera.

Su fiel compañero se quedó de una pieza. ¡El espíritu de Simón Bolívar hecho carne en la figura revivida del revolucionario Hugo Chávez! ¡Colosal!

–¿Te imaginas, compañero, el efecto? Masas arrodilladas ante el prodigio, olas y gritos de sumisión.

El amo de Venezuela se regocijó en los ojos de su guiñol. Había logrado impresionarle una vez más.

Gabriel García Márquez conoció y habló con Hugo Chávez durante horas tras la victoria de éste en las elecciones de 1999. Vio en él a un libertador y a un déspota al mismo tiempo. Pero nunca más se volvió a encontrar con él, ni fuera ni dentro de Venezuela. Temía que lo utilizara. Algo hubo en el exgolpista que no le gustó en absoluto. Ni siquiera para inspirarle un personaje literario, siendo cada uno de sus actos políticos pura literatura. Una lástima. El realismo mágico se recrea –que no se crea– a través de personajes como éste y sociedades como las que les veneran u odian. No todos los días se improvisan extravagancias sobre el mármol verde de la ONU: "El diablo estuvo aquí ayer. Justo aquí... Todavía hoy huele a azufre", dijo de Bush. Chabacano y tosco, se ganó el apelativo de Gorila a base de proferir bravuconadas como ésta para consumo interno, a sabiendas de que no tendrían consecuencias personales.

"Mi comandante, usted muérase, que yo ya...", parece ser que le dijo el guiñol. Y va y se muere. Sin más. Acababa de cambiar de opinión. Cosas del compañero Chávez.

Ahora Nicolás Maduro pasea el féretro del caudillo como Argentina hizo con el de Evita Perón. Fascismo, peronismo, extravagancias sin clase. Atrás deja una sociedad envilecida, encabronada, con odios cainitas e irreconciliables. Su obra.

Lástima que Gabo no esté para escribir otros cien años de soledad. Puede que sea una suerte, las miserias ideológicas de América Latina deben desmitificarse, no adornarse con literatura. Aún está a tiempo la pluma y el liberalismo de Vargas Llosa de desmitificar esta interminable ristra de caudillos libertadores que siguen dando al pueblo la sopa boba en barriles de petróleo, como antaño hiciera la Iglesia medieval en cacerolas de barro, mientras retenía en sus manos tierras y caballerías con las que podrían haber sido prósperos y libres.

A partir de la extravagancia de su comportamiento político, ¿quién diferenciará la realidad del personaje de su ficción? 

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