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Cristina Losada

Rajoy ante Moby Dick

Su previsión de que el año que viene será mejor careció de tonalidad entusiasta y aun puede que sobrara. Los brotes verdes se quemaron tiempo ha.

No iba a ser Rajoy, un conservador de toda la vida, el que rompiera la tradición. A pesar de que tele y espectáculo han venido a ser sinónimos, es costumbre inveterada que los presidentes del Gobierno no digan jamás nada nuevo y trascendental, nada sexy y emocionante, nada que no hubieran dicho ya mil veces, en una entrevista ante las cámaras. Entrevista y no mensaje televisado a la nación, que son géneros distintos. Ha habido, desde luego, ciertas excepciones –Sarzkoy, naturalmente, entre ellas–, aunque sólo para confirmar la regla. Pero no voy a lamentar, salvo como espectadora deseosa de entretenimiento, que los presidentes sean tan aburridos cuando acuden al plató. En una democracia, las cosas serias, las importantes, han de decirse en el parlamento. Así que tras repasar, en tenaz lucha contra el sopor, las entrevistas que les practicaron en la tele a los predecesores recientes de Rajoy, esto es, a Zapatero y al candidato Rajoy, me dispuse a ver la performance sin expectación y sin palomitas. Se prometía, como mucho, un reestreno.

La intuición me falla mucho más que a la presidenta Aguirre, pero esta vez –tampoco era difícil– acertó. Fue, sí, un reestreno, conocíamos las respuestas y nada nuevo hubo bajo los focos. La insistencia de los periodistas por arrancarle si pedirá o no el rescate a fin de que Draghi nos compre deuda topó con un muro cuya consistencia ya querrá tener el que se propone levantar Rubalcaba. Hizo Rajoy eso que los políticos llaman un esfuerzo pedagógico por impartir nociones sencillas sobre el gasto, el déficit y la deuda. En plan Enciclopedia Álvarez, que estamos en la vuelta al cole. En esa lección sacó a la pizarra al periodista Ignacio Camacho y le puso mil euros de ingresos y mil quinientos de gastos para que se apreciaran las consecuencias de gastar más de lo que se tiene. Fue el único instante de involuntaria comicidad de una entrevista que, por lo demás, se mantuvo estable en la monotonía.

El presidente no hizo metáforas náuticas, tan recurrentes en tiempos de zozobra, cosa que es de agradecer, pero a mí me vino a las mientes Moby Dick. Igual nos encontrábamos al hombre obsesionado por clavarle un arpón a la feroz y enigmática ballena de la crisis, consciente de que, en el instante en que lograra atravesar al monstruo, también él se vería arrastrado a las profundidades. Pero Rajoy no es el atormentado capitán Ahab, sino un hombre de la Administración. Tampoco es un optimista antropológico. Su previsión de que el año que viene será mejor careció de tonalidad entusiasta y aun puede que sobrara. Los brotes verdes se quemaron tiempo ha. No le daré más vueltas, Rajoy es así. Dio una entrevista perfectamente prescindible. 

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