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Cristina Losada

We don't need no education

El progresismo no cree que exista en la enseñanza ningún problema que no pueda solucionarse con alguna dotación de medios (los portátiles) y la igualación por abajo.

La ministra Jiménez está contenta. Con la última Encuesta Escolar sobre Drogas en la mano ha dicho que le preocupan los excesos que hacen los jóvenes durante los fines de semana. A la titular de Sanidad, como al resto del Gobierno, le inquietan menos, por tanto, los excesos que hagan el resto de los días, cuando se supone que están en clase. Es por ello que no se han molestado en comentar siquiera un sondeo de la OCDE que recoge datos sobre el clima de violencia y caos que reina en no pocas aulas.

Dice el informe que los profesores españoles han de pasar el 16 por ciento de su tiempo tratando de imponer cierto orden en clase. Dice también de España que un 70 por ciento de los directores de los centros consigna alteraciones en las aulas, seguidas de perturbaciones tales como intimidaciones y abusos verbales contra otros estudiantes y contra profesores; vandalismo; robos; daños físicos a otros alumnos; groserías; y uso y posesión de alcohol y drogas.

Cierto que podía ser peor. Pero la tendencia apunta a un panorama que los españolitos solíamos contemplar desde el sofá o la butaca en películas norteamericanas sobre colegios con aulas pintarrajeadas, mobiliario destrozado y profesores agredidos. Aquello no era ficción. En 1940 se preguntó a los enseñantes de Estados Unidos cuáles eran los cinco principales problemas que se encontraban. Mencionaron fechorías como mascar chicle, hacer ruido o no guardar la fila. En 1990 la lista había variado de manera sustancial. Drogas, alcohol, embarazos, suicidios y violaciones componían el paisaje habitual de los centros de enseñanza. La desregulación moral de los sesenta había hecho su trabajo.

Hacia ahí vamos. Llegaremos cuando la escuela y la familia terminen de deteriorarse. Pero el progresismo no cree que exista en la enseñanza ningún problema que no pueda solucionarse con alguna dotación de medios (los portátiles) y la igualación por abajo. Y, ante todo, trata de evitarles a los alumnos el trauma de la disciplina y el esfuerzo, que al igual que la vieja moral burguesa son virtudes conservadoras y execrables. Su himno para la escuela es aquel tema de Pink Floyd, Another brick in the wall, reedición pop del mito del buen salvaje: We don’t need no education...Teachers! Leave the kids alone!  Un sueño progresista que aquí ya se toca con los dedos. 

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