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EDITORIAL

De las banderas a los coñazos

No deja de ser un ejemplo ilustrativo de la estrategia del Congreso valenciano de junio que en cuatro meses se hayan transmutado las rojigualdas por los coñazos; es decir un proyecto ideológico alternativo al del Gobierno por otro asimilado a él.

Durante la Fiesta Nacional del año pasado, el presidente del Gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero, se vio forzado a salir por la puerta de atrás del desfile para evitar más abucheos por parte de los asistentes. Sin duda alguna, uno de los principales reproches que cabía lanzar contra ZP era su flagrante antipatriotismo, por el cual parecía dispuesto a sacrificar la Nación española (y todo lo que ello representa en forma de derechos y libertades de los ciudadanos frente al poder político) para contentar a sus socios nacionalistas y afianzarse en el poder de manera indefinida.

En aquel entonces, los populares, encabezados y animados en un video por su líder Mariano Rajoy, reivindicaban salir a la calle con banderas españolas sin ningún tipo de complejos. Precisamente porque la idea de Nación es básica para defender las libertades y esta idea se asientan en una serie de símbolos colectivos como el himno o la bandera, los ciudadanos no tienen por qué sentirse avergonzados de integrar esa Nación y exhibir sus símbolos. Nada tiene que ver el nacionalismo de corte estatista y totalitario (que utiliza e impone determinados símbolos para movilizar y dirigir demagógicamente a las masas en su intento por liquidar el Estado de Derecho) con la defensa de una realidad colectiva que sirva de fundamento para el ordenamiento jurídico y constitucional.

El Partido Popular defendía en aquel entonces la posición correcta y la defendía en solitario: frente a las concesiones sectarias de ZP a los nacionalistas, era imprescindible poner por delante a la Nación del conjunto de los españoles.

Pero mucho ha llovido desde entonces. Cinco meses después, Mariano Rajoy perdió por segunda vez las elecciones y en lugar de apearse del poder y dejar vía libre para que otros políticos opten por construir una alternativa al socialismo, el gallego prefirió renunciar a las ideas por las que según su opinión había perdido las elecciones para así convertirse en el sucesor de Zapatero. El cálculo era y es sencillo: no molestar a la siniestra, retomar el discurso de la nulidad centrista y olvidarse del patrioterismo trasnochado. Entonces, cuando la crisis económica pudra hasta el último resquicio de credibilidad del Ejecutivo socialista, Rajoy se convertirá en Zapatero-bis, el régimen partitocrático se consolidará y los funcionariales candidatos a presidente del Gobierno del PPSOE se alternarán al estilo del PRI mexicano durante casi todo el siglo XX.

Puede que sea casualidad o que don Mariano ni siquiera intente disimular las formas en público, pero no deja de ser un ejemplo ilustrativo de la estrategia del Congreso valenciano de junio que en cuatro meses se hayan transmutado las rojigualdas por los coñazos; es decir, y lo que es más grave, un proyecto ideológico alternativo al del Gobierno por otro asimilado a él.

Puede que Rajoy termine teniendo éxito en este empeño. Puede que la misma izquierda que lo ridiculizó con los hilillos y con los cuñados termine aupándolo como nuevo líder incontestable. Pero también puede que, a este paso, el Partido Popular termine disolviéndose. Simplemente, es dudoso que la gente decente que todavía sigue militando en el PP aguante mucho tiempo a un presidente que ataca sistemáticamente los valores que el partido dice defender. Sobre todo, cuando existen alternativas cercanas y mucho más serias, como UPyD, a las que migrar.

Pero en todo caso, aun cuando izquierda, centro, derecha y extrarradio se alineen para favorecer las expectativas sucesorias de don Mariano, exactamente, ¿qué España pretende heredar el líder popular? Tal vez, el solar que mencionaba hace unos días Pepiño Blanco no se refería tanto al apocalipsis financiero al que podemos vernos abocado, sino al apocalipsis nacional al que nos conducen los dos partidos mayoritarios.

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