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EDITORIAL

El Rey se planta

La lista de agravios de los aliados de Rodríguez Zapatero contra España es ya demasiado extensa para que pase desapercibida a la ciudadanía, harta de una política exterior inexistente.

La XVII Cumbre Iberoamericana, clausurada ayer con las esperadas declaraciones irreales y grandilocuentes, ha contado este año con un nuevo y llamativo elemento: la campaña antiespañola desatada por el dictador venezolano Hugo Chávez y secundada entre otros por el ex déspota nicaragüense Daniel Ortega. Por desgracia, esta no es la primera vez que estos dos políticos y sus correligionarios boliviano y ecuatoriano recurren a las falacias y a las invectivas contra nuestra nación con la vana esperanza de apuntalar sus regímenes autoritarios, corruptos e ineficaces. Hasta ahora, la respuesta del Gobierno había pasado del vergonzante asentimiento al silencio más humillante, como si a estas alturas España, responsable en buena medida de la nueva prosperidad de algunas regiones de Iberoamérica, tuviera que pedir perdón por algo.

Con lo que no contaban el tirano Chávez y sus imitadores era la respuesta de Su Majestad el Rey, quien suponemos que, cansado de insultos a España, sea en la persona del ex presidente Aznar o en las empresas españolas, optó por una salida que le honra: una tajante llamada de atención al lenguaraz venezolano y el posterior abandono de la reunión cuando el sandinista Ortega la emprendía de nuevo contra nuestro país. Ante la mirada atónita de Moratinos y el desconcierto de Rodríguez Zapatero, Juan Carlos I ha cumplido de forma valerosa su deber constitucional, "la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica". Por tanto, no es pertinente siquiera sugerir una extralimitación por parte del monarca, quien ha reaccionado de una forma noble y digna.

Tras una semana de provocaciones de Marruecos sin respuesta del Gobierno, la infame manipulación de las hipotéticas palabras del Rey por parte de un grupo de periodistas cercanos a Moncloa y las constantes bravuconadas de los miembros del "eje bolivariano", el jefe del Estado no ha tenido otro remedio que plantarse. Una postura de la que deberían tomar ejemplo tanto el presidente del Gobierno como su ministro de Asuntos Exteriores, el incapaz Moratinos, por no mencionar a la vicepresidenta del Gobierno e incluso a la inane secretaria de Estado Trinidad Jiménez, la antigua amiga de los disidentes cubanos convertida ahora en una especie de embajadora oficiosa del régimen castrista.

La lista de agravios de los aliados de Rodríguez Zapatero contra España es ya demasiado extensa para que pase desapercibida a la ciudadanía, harta de una política exterior inexistente. La petición de respeto formulada por el presidente del Gobierno ante los intolerables insultos de Chávez contra Aznar llega tarde, que no mal. Convendría que tanto él mismo como sus aliados políticos y mediáticos tomaran nota y moderaran su lenguaje, que tan poco bien hace a la democracia. Una gota en el desierto no sirve de nada.

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