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EDITORIAL

La Casa del Rey da la nota

En medio de la escandalera provocada por los turbios manejos del instituto Nóos lo que nadie se podía esperar es que la Casa del Rey aportara más madera en la pira del yerno de don Juan Carlos.

En medio de la escandalera provocada por los turbios manejos del instituto Nóos lo que nadie se podía esperar es que la Casa del Rey aportara más madera en la pira del yerno de don Juan Carlos. Sólo de esta manera se entiende la torpe intervención de este lunes, dando cuenta de la anulación de la agenda oficial de Urdangarín, lo que no se sabe si facilitará el desarrollo de sus actividades privadas o limitará, por el contrario, la capacidad y margen de los negocios del marido de la infanta Cristina. Después del papelón del duque leyendo una nota por teléfono, llega la Casa del Rey, a quien se suponen no sólo medios materiales sino también intelectuales, y se descuelga con un desayuno informativo en el que, al tratar de poner los puntos sobre las íes, se acaba por decir que lo de Urdangarín no es precisamente un "comportamiento ejemplar". Nada más que una regañina pública y nada menos que la confirmación, por pasiva, de que el duque consorte mantiene los privilegios propios de formar parte de la Familia Real.

Por mucho que se empeñen en Zarzuela en desligar la figura del Rey de la de su yerno, tanta nota y comunicado, tanta rectificación y zarandaja acaban por asentar la idea de que tal yerno no es un ciudadano cualquiera con los derechos y obligaciones del común, sino alguien tan bien relacionado que la página oficial de la Corona en internet mantiene la "ficha" oficial del exjugador de balonmano y una amplia colección de fotografías en las que inevitablemente aparece en familia. Los tropiezos informativos de la Casa del Rey muestran el estado de alarma y nerviosismo desatado en Zarzuela no tanto por los dudosos negocios de Urdangarín (que debían ser del conocimiento de sus allegados) sino por la naturalidad con la que se ha abordado el asunto en la mayoría de los medios de comunicación. Y esa reacción liga inevitablemente al Rey con el desgobierno de los asuntos internos, de su casa, con las facilidades con las que ha contado Urdangarín para presentarse como lo que todavía es, un miembro de la Familia Real, ante unos políticos que, al parecer, preferían no hacer preguntas sobre los suculentos contratos del instituto coparticipado por la infanta.

De esta forma, si lo que la Casa del Rey pretende es poner a Urdangarín en su sitio (que de momento es el de presunta diana de la Justicia) llega tarde y, lo que es peor, mal. Cada minuto que Urdangarín permanece a cobijo de sus suegros, con particular énfasis por parte de doña Sofía, la Casa del Rey, la Familia Real y la Corona sufren el deterioro de lo que como mínimo ha de calificarse de deslealtad por parte del padre de los cuatro hijos de doña Cristina. La única forma de cumplir con las mínimas formalidades y apariencias institucionales es desligar inmediatamente a Urdangarín de la Familia Real y que se someta, como sus subordinados en el instituto Nóos, a la acción de la justicia sin el confortable paraguas de su familia política. Hasta que ese hecho relevante no se produzca, todo lo que pueda hacer la Casa del Rey, y hasta el mismísimo Rey, es como cambiarse de mano una patata caliente, una actividad que evita quemaduras a costa del ridículo de dilatar sin motivo una decisión inevitable y con la que, al menos, la Institución quedaría al margen del daño que le procuran muchos que dicen defenderla y algunos otros obligados por contrato a preservarla de la contaminación de unos negocios privados cuya principal coartada era el estatus dentro de la Casa Real de su principal beneficiario. Si a Urdangarín no se le ocurre, por decir, darse de baja, la Casa del Rey debería tener recursos más que suficientes para convencer a la familia de que lo mejor para España puede no ser lo que a ellos más les conviene en este momento.

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