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EDITORIAL

Las falsas esperanzas de PP y PSOE

Nada de esto necesita España: ni una oposición pusilánime, ni un Gobierno entre ignorante y malvado que nos ha abocado a la bancarrota.

Es costumbre que al termina un año se haga balance del ejercicio y se formulen los deseos para el curso próximo. En el caso de España, sin embargo, esta tradición bien podría tener efectos lacrimógenos. A la postre, 2010 ha sido el año en el que todos los graves desequilibrios económicos, políticos, sociales e institucionales que veníamos acumulando desde hacía tiempo se han precipitado en forma de crisis nacional; y lo peor de todo es que las perspectivas para 2011 no son, en absoluto, nada alentadoras.

Así, en los últimos doce meses hemos asistido a una bancarrota económica de facto, a un creciente desmantelamiento del Estado de derecho a favor de las plutocracias partitocráticas y nacionalistas y a un progresivo pero imparable incremento de la conflictividad social derivado en gran parte del desencanto con los organismos que deben hacer cumplir la ley.

Sin duda, la configuración de nuestro marco institucional requiere de muy intensas reformas para atajar todas las crisis que nos atenazan como nación. Zapatero, en su cansino arte por tratar de engañar a la ciudadanía, ha prometido una nueva ronda de liberalizaciones y reformas en los más variados ámbitos: pensiones, mercado laboral, energía... Pero por necesarias que pudieran ser –y son– todas ellas, el obstáculo esencial a nuestra normalización como democracia pasa por que nuestros políticos se niegan por principio –ideológico, electoral o de mercadotecnia– ora a aprobarlas ora a aplicarlas con la profundidad necesaria. Es decir, todas ellas se quedan en papel mojado.

Del Gobierno, como es obvio a la luz de su muy mendaz currículum vitae, no cabe esperar otra cosa. De hecho, ni cabe esperarla para 2011 ni cabía hacerlo en ninguno de los años que lo han precedido. El socialismo siempre ha sido profundamente liberticida y en las últimas dos legislaturas sólo ha actuado en correspondencia.

Caso distinto es, o debería de ser, el del PP. Presunto depositario del voto liberal-conservador, en estos momentos de tragedia nacional debería de posicionarse con claridad a favor de un programa reformista que flexibilizara nuestra economía y reforzara nuestra arquitectura institucional en torno a una idea sólida de España. Sin embargo, el estado de extrema podredumbre del Ejecutivo de Zapatero, unido al oportunismo arrioliano de Rajoy, ha propiciado que durante este año, más que en ningún otro si cabe, el PP haya renunciado a su labor de oposición a la espera de suceder al PSOE sin entrar en la arena política.

No obstante, o bien el PP ya ha renunciado desde un principio a sacar adelante las reformas que necesita nuestro país o bien confía en que, cuando llegue el momento de aplicarlas, obtendrá por generación espontánea el respaldo ciudadano a unas propuestas que ahora los propios populares o critican, o ningunean o ignoran.

No debería el PP, con todo, dormirse en los laureles. 2011 será el último curso político antes de las generales de 2012 –si es que se cumplen todos los plazos–, de modo que en un año podríamos ver al PP o al frente de un Ejecutivo tan inmovilista y suicida como el actual o al frente de otro que se olvida de todas sus admoniciones presentes para enmendarse la plana a sí mismo.

Nada de esto necesita España: ni una oposición pusilánime, ni un Gobierno entre ignorante y malvado que nos ha abocado a la bancarrota. Por desgracia, todo apunta a que en 2011 padeceremos las mismas lacras que en 2010, motivo por el cual el año nuevo no podrá ser mucho mejor que el año que concluye.

En España

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