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EDITORIAL

Occidente se acuerda demasiado tarde de Gadafi

Ante una rebelión interna como la que tumbó los régimenes de Ben Alí o Mubarak, la lección está clara: emular a Gadafi y masacrar sin piedad a los opositores entre la cínica charlatanería de las democracias occidentales.

Aunque las tropas de Gadafi todavía no hayan logrado aplastar por completo las revueltas que desde Túnez y Egipto se extendieron al resto de los países árabes, lo cierto es que tras los últimos días los acontecimientos han dado un importante giro que vuelve cada vez más probable la victoria del régimen.

Si hace unas semanas parecía que eran los rebeldes quienes estaban sitiando Trípoli, ahora es Gadafi quien se encuentra a las puertas de su bastión. La superioridad militar del ejército libio, especialmente en el ámbito aéreo, ha permitido masacrar a unas fuerzas opositoras heterogéneas, desorganizadas y más voluntariosas que disciplinadas.

Los regímenes occidentales han estado durante semanas mareando la perdiz, hablando de sanciones e incluso intervenciones contra la dictadura de Gadafi sin llegar a ningún acuerdo concreto. Bajo el pretexto de la búsqueda de una multilateralidad castrada por los intereses económicos de Rusia y China en Libia, los días han ido pasando sin que los rebeldes recibieran ningún tipo de ayuda o apoyo con la que contrarrestar el empuje de sus enemigos.

Las únicas medidas que hasta el momento se habían adoptado, como la congelación de las cuentas del autócrata libio y de sus hijos, apenas tenían influencia alguna a la hora de inclinar la balanza en la contienda. En este sentido, la zona de exclusión aérea que a última hora ha decidido crear la ONU debería haberse instaurado desde que los aviones del tirano comenzaron a disparar a la población y a los insurgentes. En estos momentos puede llegar ya demasiado tarde.

En definitiva, como siempre Occidente ha vuelto a hacer gala de muchas buenas palabras combinadas con una nula resolución para detener la carnicería libia; a diferencia de lo acaecido con respecto a Japón, donde el alarmismo antinuclear sí ha logrado movilizar a todos los Gobiernos para de alguna forma obstaculizar el desarrollo de esta esencial fuente energética, en Libia se han quedado de brazos cruzados. Los dictadores de la zona, pues, pueden quedarse bien tranquilos. Ante una rebelión interna como la que tumbó los régimenes de Ben Alí o Mubarak, la lección está clara: emular a Gadafi y masacrar sin piedad a los opositores entre la cínica charlatanería de las democracias occidentales.

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