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Javier Somalo

¿Nunca nos derrotarán?

España protagonizó el peor mensaje contra el terrorismo, venga de donde venga: que un ataque provoca cambios que debilitan la lucha contra el Terror.

El diario El País entrevistaba este viernes a Frans Timmermans, vicepresidente de la Comisión Europea. Socialdemócrata holandés, "políglota" y con "el despacho lleno de libros y fotografía moderna", según observación de El País, esta autoridad europea dice, pocas horas después del atentado en Londres, que "si reaccionamos al terrorismo como España en 2004 nunca nos derrotarán". Cuánto peligro encierra esta frase.

Una cosa fue la reacción de urgente solidaridad con los heridos, encomiable, muy española y bien distinta a los asedios posteriores a las sedes del PP que achacaron los muertos no al terrorismo –"vuestras guerras, nuestro muertos"– sino al Gobierno. Y la otra, la más grave a fin de cuentas, es cómo se reaccionó políticamente al 11-M: admitiendo que era consecuencia de la guerra contra Sadam Hussein –en la que no disparamos una bala– y pidiendo perdón al atacante retirando nuestras tropas del terreno: estímulo-respuesta, atentado-cambio de política, matan por estar en Irak-nos vamos de Irak. En definitiva, un castigo merecido con acto de contrición y propósito de enmienda. Así, tan sacramental como miserablemente, asumimos la lógica del terrorista, haciéndole caso, convirtiéndonos en parte de su justificación y colocándonos ideológicamente más cerca del asesino que del asesinado.

Además, con dicha lógica, quedaba zanjado que el 11-M era un atentado yihadista, así que miel sobre hojuelas. "Nunca nos derrotarán"… si pagamos el precio. Aunque la derrota es el precio.

Dice Timmermans a su entrevistadora:

En mi país impresionó mucho la reacción de España a los atentados de Madrid en 2004, tan serena, sin rebelarse contra una comunidad o religión. Aprenderemos a lidiar con ello. Los terroristas son criminales que odian nuestro sistema de vida. Si reaccionamos como España, nunca nos derrotarán. Si empezamos a culpar una religión o una comunidad, ya han ganado a medias.

Le pregunta El País si ha "fracasado Europa en la integración de colectivos". Responde el holandés:

Sí, cuando hay jóvenes que aparentemente no se sienten de esta sociedad y que están dispuestos a matar.

O sea que si se sintieran integrados no matarían, lo hacen porque no se ven como parte de la sociedad. ¿Y no será que matan porque nos negamos –cada vez menos, eso sí– a integrarnos nosotros en su modelo, impuesto en cualquier parte del mundo y convertido casi en patrimonio inmaterial de la Humanidad digno de ser preservado por la víctima, por nosotros?

Timmermans y tantos otros nos dicen que no conviene extrapolar o generalizar, que son minorías que ensucian el nombre de una mayoría y una fe, que es posible la convivencia porque ya lo fue antes –me pregunto cuándo o a qué llaman convivencia– y que nuestra respuesta no ha de ser en clave de enfrentamiento. El caso es que la única tendencia política visible, la más natural porque no resulta "fóbica" es la dirigida por Occidente contra el propio Occidente, contra el cristianismo como raíz de la sociedad democrática, se practique alguna de sus confesiones o no. El holandés y los suyos, que son legión, han localizado el problema: nuestro dolor, el daño que se nos inflige es culpa nuestra porque hemos "fracasado en la integración de colectivos" y la solución es la democracia como demostró España en 2004. Todo lo que se salga de ese esquema será intolerancia o islamofobia y eso sí que hay que combatirlo si reparar en formas.

Lo dicho por Frans Timmermans es enormemente peligroso. Por muy políglota que sea y muchos lomos de libros que exhiba en su despacho si no está preparado para el gobierno de Europa alguien debería decírselo. ¿Habrá algún libro en la biblioteca de Timmermans que le pueda ayudar a comprender lo peligroso de su actitud?

El neoyorkino residente en Europa Bruce Bawer no hace ascos a la versión oficial de nuestro 11-M –quizá cambie de opinión con el documental de Cyrill Martin– pero llega a una conclusión muy distinta sobre la reacción de un país ante un ataque terrorista. Su libro Mientras Europa duerme. De cómo el islamismo radical está destruyendo Occidente desde dentro no es lo más recomendable para los que no nos sorprendimos con el documental del anarquista francés. Asumiendo –quizá para no desviar su tesis general– la vía yihadista de nuestros atentados, sin embargo es brillante al analizar la manipulación política que nos llevó horas después a las urnas tras una agitación intolerable contra el Gobierno saliente. Más allá de la autoría del 11-M, sí encontramos muchos pasajes útiles para las lecturas de Timmermans, si es que acostumbra a leer los volúmenes de su pequeña Alejandría que tanto impresionó a la cronista de El País que lo entrevistó.

Holanda es buen laboratorio de estudio y si no que se lo digan a Ayaan Hirsi Ali o al difunto Theo Van Gogh. Bawer cita como premisa del desastre la sencilla ecuación de la laborista holandesa Fatima Elati:

En Holanda la actitud es la siguiente: siempre y cuando no me molestes, no me importa que estés aquí. Es una suerte de desatención.

El autor matiza a renglón seguido que eso quizá era correcto y hasta posible entre católicos, protestantes y laicistas holandeses. Pero añade:

Lo que ahora resulta obvio es que añadir a los musulmanes fundamentalistas a esta mezcla era un problema que no se supo prever. ¿Por qué? Porque el libertarianismo de principios de los holandeses ("Vive tu vida a tu manera y deja que yo viva la mía a mi manera") choca dramáticamente con la esencia misma del islam fundamentalista, que dicta con todo detalle cómo debe vivir la gente y cuyos partidarios se sienten tremendamente incómodos viviendo entre personas cuya "manera de vivir" es dramáticamente diferente de la suya.

Pues así en Holanda como en cualquier parte del mundo. Pero Bawer tiene en su libro, publicado hace más de una década, una respuesta casi directa a reciente la sentencia de Timmermans sobre el ejemplo de la política española tras los atentados de marzo de 2004.

No se pueden cruzar los dedos para que el enemigo desaparezca, ni convencerle de que lo haga mediante el diálogo. Lo que está en juego no es la soberanía de dos o tres naciones sino toda la civilización democrática moderna. La mañana después de las elecciones nacionales en España pocos periodistas de Europa occidental veían las cosas de esta manera. Un diario tras otro adoptaba la perspectiva de que, por el mero hecho de ir a las urnas, el pueblo español había asestado un duro golpe al terrorismo.

Tras citar titulares y editoriales de diarios de Noruega, Suecia, Reino Unido u Holanda en los que la coincidencia es casi literal: que España reaccionó al 11-M votando en masa, añade Bawer:

"¡Sí!" –grite yo frente a la pantalla del ordenador. Para votar por el candidato de los terroristas.

Cierra su asombro citando una frase del diario noruego VG que decía: "El mensaje es claro" a la que el autor responde:

Y tanto. ¡Nos rendimos!

Lo dicho: estímulo-respuesta y castigo merecido. Tras la masacre del 11-S en los Estados Unidos, España protagonizó precisamente el peor mensaje contra el terrorismo, venga de donde venga: que un ataque provoca cambios que debilitan la lucha contra el Terror.

Lo siguiente es afanarse en buscar razones para ocultar la evidencia. Después de un atentado, muchos se preguntan –así ha ocurrido tras el último de Londres y lo hace también el holandés Timmermans– "por qué se radicalizan" aquellos que primero estudian y luego asesinan, como si no fuera esa la meta de su existencia, como si no quisiéramos verlo. Nadie se pregunta si se radicalizan porque así es como evangeliza el Islam. Luego habrá musulmanes menos ortodoxos que no quieran llevar a término y hasta condenen con sinceridad el asesinato, pero ya es hora de comprender que esos son los versos libres, no los otros. Lo único cierto que tampoco se dice jamás es que el cristianismo y el judaísmo aplicaron reformas a lo largo de su historia, evolucionaron. El islam, no. Pero Occidente seguirá criticando a la Santa Inquisición mientas vuelve a caer Bizancio.

No lo queremos ver como no veíamos a los nazis preparar su industria para bombardear Gran Bretaña. No tenían aviones capaces, no llegarían a las islas. Y la Solución Final era un cuento administrativo y no había campos de exterminio. Lo escondemos como escondían los socialistas franceses la realidad criminal de los bolcheviques del 17 que llega hasta hoy, no sólo por el centenario, y que seguirá mañana. Siempre hay alguien denunciando, pidiendo auxilio y demostrando que alguien está matando a ritmo industrial y siempre habrá otros negándoselo a sabiendas de que llevan razón. No es simple apaciguamiento. Es la prevaricación más dolosa de la Historia pues arrastra a generaciones y se hace responsable de millones de crímenes. Porque se sabe pero se oculta, se niega y se termina fomentando. Pasó con el nazismo, con el comunismo y pasa con el islamismo.

Europa, Occidente se disuelven periódicamente con tal de no reconocer a un enemigo que se esfuerza a diario en darnos todas las razones para hacerlo, en justificar su misión con todo detalle, sin ambages, de frente y con orgullo. Lo sabemos pero lo negamos. Así, desde luego, por mucho que diga Timmermans, el políglota europeísta de las bibliotecas admirador de la España que se fue de Irak tras un atentado, nos derrotarán.

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