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José García Domínguez

Aurea mediocritas

Aunque vago e impreciso, en el ambiente flota algo muy parecido a un sentimiento de fin de régimen. Un cierto hastío fatalista que recuerda aquellas vísperas del ocaso de la Restauración que narraron los del noventa y ocho.

Confieso que a mí me ocurre lo mismo que a aquellos viejos magnates de Wall Street, los que vendieron toda su cartera y se retiraron del negocio en cuanto los ascensoristas de los hoteles comenzaron a emitir sesudas recomendaciones bursátiles. No consigo evitarlo, cuando se menta la Excelentísima Diputación de Pontevedra en un debate entre estadistas presuntos, yo le doy al botón y cambio de canal. Así que hasta ahí llegué. Hasta don Mariano explicando que él había llevado la luz eléctrica a no sé qué comarca remota, y el otro replicándole que sí, pero que esas bombillas rústicas eran preconstitucionales. ¡Y Steve Jobs de cuerpo presente!

En términos estrictamente analíticos, fue el minuto de oro; el punto de inflexión en el que el tono de brasero, mesita camilla, mantecados de Astorga y camiseta imperio se apoderó de la escena, ya definitiva tertulia de casino provincial. Así, con España devenida en poco más que una pedanía de Berlín, el aroma doméstico, localista, de campanario de pueblo, el común casticismo argumental, esas lecciones de Economía de la Enciclopedia Álvarez, todo parecía conjurarse para hacer aún más clamorosas las omisiones. Y es que si un aspirante a la Presidencia no puede hablar del euro, ni del Banco Central Europeo, ni de la pertinencia o no de los eurobonos, ni de las estrategias trasnacionales de estímulo, ni del FMI, ni de la asimetría entre la querencia keynesiana de Washington y la ortodoxia de Bruselas, es que, en puridad, no puede hablar de nada.

Como el difunto Zapatero, sin ir más lejos. Y para semejante viaje, bien lo sabemos, no hacían falta alforjas. Aunque vago e impreciso, en el ambiente flota algo muy parecido a un sentimiento de fin de régimen. Un cierto hastío fatalista que recuerda aquellas vísperas del ocaso de la Restauración que narraron los del noventa y ocho. Aún vago e impreciso, sí, pero generalizado entre la España más consciente, la que contempla aterrada las genuinas dimensiones del desastre. Y no ayudará precisamente a desvanecerlo el aire de rutinaria tangana administrativa que marcó el debate. Mientras el mundo se hunde, un par de funcionarios de los partidos turnantes a la gresca por... las diputaciones. Como dicen los del fútbol, lo mejor el resultado.

En España

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