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José García Domínguez

La cebolla de Rajoy

Lástima que no nos enfrentemos a un proceso de selección del encargado ideal de una gestoría, sino al colapso inminente del Estado. Una circunstancia que exige más que nunca mancharse las manos con esa sustancia viscosa, la política.

De muy antiguo es sabido que el arte de gobernar reclama dos cualidades en extremo infrecuentes: habilidad política y mentalidad administrativa. Consiste la primera en la capacidad para discernir qué puede hacerse y en qué momento, amén de la gracia precisa con tal de convencer a los demás para que se presten a la labor. Y tan rara resulta que Bernard Shaw, tras desgañitarse en un comité municipal de su barrio, aventuró que quizá no pase del cinco por ciento el porcentaje de los mortales dotados de semejante atributo. Un pronóstico acaso excesivo por optimista. A su vez, administrar significa mantener el orden en una situación que, por su propia naturaleza, tiende permanentemente al caos y la entropía. Asunto nada baladí sin el que las ideas viables nunca llegarían a ponerse en marcha.

Así las cosas, la derecha, que por lo general carece del más elemental sentido político, en cambio, suele poseer el don de la administración. Justo al contrario, por cierto, de lo que viene aconteciendo con la izquierda desde Robespierre, Saint Just y Pedro Castro a esta parte. Establecidos, pues, los antecedentes, tampoco en eso el señor de Pontevedra se sale un milímetro de lo corriente. No es de extrañar entonces que haya comparecido con una cebolla, ésa que lleva dos días pelando con parsimonia ante los lectores de El Mundo, por todo programa de gobierno. Al respecto, y tras embaularse la entrevista de arriba abajo, uno adquiere la absoluta certeza moral de que, con Rajoy en La Moncloa, los legajos de los expedientes en curso morarán en la vitrina designada al efecto según lo establecido en el reglamento interno visado por el subsecretario correspondiente.

Lástima que no nos enfrentemos a un proceso de selección de personal a fin de dar con el encargado ideal de una gestoría, sino al colapso inminente del Estado. Una circunstancia que exige más que nunca mancharse las manos con esa sustancia viscosa, tan ingrata siempre, la política. La antítesis misma del catálogo del quietismo que viene glosando con aséptica rutina funcionarial el aspirante. Por algo, tan revelador, el pleonasmo que corona la pieza: "Cuestionar el diseño actual del Estado de las Autonomías sería hoy un disparate". He ahí, desnudo, el corazón de la cebolla.

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