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José García Domínguez

¡Shhhit!

Téngase en cuenta que ya al entrar en el parvulario, todos nosotros fuimos informados de que Cataluña es una unidad de destino en lo comarcal.

Tras ese “¡quieto todo el mundo!” que acaba de gritar Pérez Rubalcaba mirando al Guerra, a uno le viene a la memoria aquello que musitaban los esclavos cubanos antes de la excursión del Maine a los fondos del puerto de La Habana : ¡Quién fuese blanco, aunque fuera catalán! Porque, hoy, ser catalán, incluso mal catalán, de ésos de la cáscara amarga que piensa fusilar el biógrafo autorizado de Puigcercós, resulta casi un chollo. Y es que, según Pérez, hasta que en el Congreso se presente un elefante blanco – catalán, por supuesto– a dictar el “esto es lo que hay” a los tribunos de la plebe, del nuevo Estatut sólo pueden opinar los catalanes. O sea, únicamente unos cuantos privilegiados, entre los que me cuento yo mismo. Pues nada, muchas gracias Alfredo, que ahí sí que te has portado.
 
Aunque la dádiva del Rasputín de Zetapé plantea un problema nuevo en el que nadie había pensado. Porque bien está que a los de Restoespaña se les prohíba piar sobre el contenido de una ley orgánica que habrá de discutir y aprobar el Parlamento de la Nación; pero resulta que a los demás, a los de Casa Nostra, simplemente, nos resbala ese asunto. Lo acaba de certificar por enésima vez un estudio demoscópico del propio Tripartito: el noventa y cinco por ciento de los catalanes se muestra indiferente ante a la reforma estatutaria. Y si a los de allí no les dejan hablar y los de aquí callamos por desidia, al finar, entre todos, acabaremos patentando una fórmula jurídica muy original para deshacer países: la vía del silencio administrativo.
 
Por lo demás, contra lo que el lector pudiera barruntar, nada hay de paradójico en ese escapismo indiferente que demostramos los aborígenes al ser consultados sobre la obsesión crónica del mando local. Téngase en cuenta que ya al entrar en el parvulario, todos nosotros fuimos informados de que Cataluña es una unidad de destino en lo comarcal. Así, sabemos desde la más tierna infancia lo que usted ignora por completo, amigo: que Casa Nostra es una deidad provista de voluntad de ser, ese karma que se manifiesta a los mortales en el carácter del pueblo. Y que el pueblo catalán, frente a lo que imaginan los forasteros no avisados, no lo conformamos los siete millones de vulgares mortales que compartimos este rincón del Mediterráneo. ¡Qué va! Por el contrario, nuestro poble es una abstracción metafísica portadora de valores eternos, cuya arcana voluntad únicamente compete descifrar a los monjes de la orden del Tres Por Ciento, y a esos tipos de las camisas negras. Por tanto, nosotros a lo nuestro: oír, ver y callar.
 
De ahí que, más allá del Ebro, sólo Pérez haya comprendido la naturaleza genuina del problema catalán. Porque ha sido el primero en descubrir queCasa Nostrano es ni una región, ni una nacionalidad, ni una comunidad nacional, ni una nación. Él averiguó que, en realidad, esto es un convento cartujo y que, por tanto, se impone exigir el voto de silencio a todo el mundo mientras no esté cerrado el penúltimonegoci. Chitón, pues. ¡Shhhit!

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