Las imágenes de Pujol y Ferrusola desfilando hacia el juzgado para declarar sobre su oscura fortuna explican muy bien el estado de ánimo de ambos y el momento exacto de su relación. Jordi Pujol iba cabizbajo y con la mirada perdida. La Ferrusola con cara de llevar un cabreo tremendo y sin mirar a su marido, tal vez reprochándole el lío en el que la ha metido. A ella y a los hijos, que es todavía peor.
Ni un gesto de complicidad, ni de cariño ni de protección mutua en trance tan amargo. Entre ambos medio metro de separación, que habría sido más si no fuera porque el muro de los guardaespaldas obliga a caminar juntos a los que van dentro del cerco de seguridad. La Pantoja se cogía del brazo de Cachuli y enseñaba "dientes, que es lo que les jode". La Ferrusola ni siquiera miró a su marido en todo el trayecto desde el vehículo hasta la entrada a los juzgados. Cuando les han gritado "ladrones" se ha limitado a negar con un gesto del dedo índice, su única concesión sentimental durante el recorrido, porque seguramente lo que le apetecía era señalar con el pulgar a su esposo que venía detrás.
El expresidente catalán sólo ha tenido que soportar el insulto de unos voluntariosos espontáneos convenientemente acordonados por las fuerzas de seguridad. Si hubiera sido Esperanza Aguirre y su marido, habría habido decenas de heridos por el tumulto, pero en la Cataluña que ha fabricado el propio Pujol los corruptos, cuando son nacionalistas, van al Parlamento a abroncar a los diputados y no al revés.
Pujol tiene una mirada de estupor que recuerda a la de Caucescu en el simulacro de juicio que lo declaró culpable de genocidio. El Conducator no entendía que el pueblo que decía idolatrarlo hasta la víspera lo estuviera empujando al pelotón de ejecución por semejante chorrada y miraba a uno y otro lado estupefacto. Él también se preguntaba: ¿la UDEF? ¿Qué coño es la UDEF?