Tuvo Pablo Picasso, ahora que se evoca el medio siglo de su muerte, mala fama en cuanto al trato con las mujeres que pasaron por su vida. Destrozó las de algunas de ellas; por ejemplo, a Marie Thérèse Walter, a quien conoció en 1925 en la estación de Saint- Lazare parisiense siendo una bella adolescente, la reencontró dos años más tarde en las inmediaciones de las Galerías Lafayette como contábamos en un capítulo anterior. La hija de ambos, Maya, vino al mundo en 1935 y al poco tiempo la pareja se disolvió. Sencillamente porque al corazón del pintor había llegado la fotógrafa Dora Maar, cuando aún convivía con su primera esposa, la ucraniana Olga Koklova.
Ese era el mundo privado del genio malagueño, encantado de amar a varias mujeres a la vez. Esa última estaba al tanto de las veleidades amatorias de su marido pero procuró no enfrentarse abiertamente con las amantes de éste. Así, la rusa y su hijo Pablo veraneaban en la localidad francesa de Juan-les-Pins, entretanto Picasso se refocilaba en la cama con María Thérèse en el castillo de Boisgeloup, que había adquirido a setenta kilómetros de París, pues sus finanzas ya eran considerables. En esa época todavía Picasso pisaba suelo español. En 1934 estuvo en Burgos y en Madrid con Olga y Pablo. Pero ya al año siguiente dejó de viajar a nuestro país, y ya no lo haría nunca "mientras viviera Franco y no llegara la democracia".
En 1936 lo nombraron Director Honorario del Museo del Prado, aunque no tomó nunca posesión. Un año en el que, por cierto, se hizo amigo del poeta Paul Eluard, quien inopinadamente le ofrecía a su esposa para que se acostara con ella, a lo que Picasso no accedió. Ya convivía con Dora Maar quien además de ser una artista de la cámara, también pintaba. Se dijo que ella tonteaba con algunos de los amigos intelectuales del malagueño, como Breton, y Georges Bataille, entre otros. Bohemios, que se paseaban por las calles del barrio de Montparnasse, en un café de Saint-Germain-des-Prés, Pablo quedó subyugado por un juego algo tonto de Dora Maar, sentados ambos en una mesa de mármol sobre la que ella colocaba su mano izquierda y con la derecha manejaba una navaja que iba bailando entre los dedos de aquella, sin incurrir en un desagradable error que pudiera dañarla. Su auténtico apellido era Markovitch, hija de padre yugoslavo y madre francesa. Dominaba el francés y el español pues su padre había vivido con ella en Argentina. Paul Eluard fue quien los presentó. Picasso estaba encantado con aquella mujer, culta, sumisa a cuanto él esperaba de ella. Y la retrató muchas veces, con dulzura al principio, con el tiempo ya más dramáticamente, lo que se reflejaba en las pinturas. Modelo que aparecía en los lienzos a la manera clásica y de pronto él la imaginaba con distorsiones en su rostro. Aquello parece que tenía algo que ver con lo que ella representaba para él, según qué momentos. Una relación sadomasoquista, que ella toleraba. Viajaban a Mougins, a Cap d ́Antibes, y se amaban con pasión. En París, ella se encargó de buscarle un nuevo estudio en el número 7 de la rue de los Grands Augustins, que había pertenecido a Bataille, donde Picasso comenzó a pintar su celebérrimo "Guernica", cuyo proceso creativo Dora Maar fue testificando con su cámara fotográfica.
Periodo en el que Picasso ya había fijado su vista en otra mujer, Françoise Gilot, en el mes de mayo de 1943. Tres años después, rompió con Dora. Quien recordando su vida junto al genio acabó recluida en un manicomio, entre pasajes idílicos y otros lamentables, también algunos divertidos como cuando él compró un mono que llevaba a todas partes, pues le encantaban los simios. Dora, bromeaba, simulando estar celoso del animal, que un día mordió un dedo de Picasso, lo que lo llevó a la tienda donde lo había adquirido, deshaciéndose de él.
Citada ya Françoise Gilot, digamos que la conoció en un restaurante cercano a la iglesia de Notre Dame, "Le Catalan", frecuentado por escritores y pintores. Se fijó desde un rincón donde él se hallaba con unos amigos en los ojos brillantes de ella y acabó sentándose donde cenaba con una amiga y el actor Alain Cluny, al que Picasso solicitó que se la presentara. Y así en días sucesivos ella acudiría al estudio del pintor, hasta tiempo después acabar en sus brazos. La relación entre los dos duró un decenio, desde 1943 hasta 1953. Ella pintaba y él la animaba a hacerlo asiduamente. Como solía ocurrir con cuantas damas pasaron por su cama, Pablo retrataría a Françoise en infinidad de ocasiones. Tuvieron dos hijos: Claude, que llegó al mundo en 1949, y Paloma, en 1949. El nombre de ésta obedecía a un motivo especial. El padre de Picasso le hacía pintar desde niño muchas palomas. Adulto ya, famoso, sería el autor de una muy concreta, a la que como símbolo se la denominó Paloma de la Paz. Françoise Gilot fue la única de las mujeres de Picasso que acabó abandonándolo, cansada de su proceder despótico y de que le pusiera los cuernos. Estaba en el horizonte cercano quien iba a sustituirla, Jacqueline Roque. Se fue, permaneció en contacto con sus hijos y rehízo su vida sentimental después casándose primero con el pintor Luc Simon y después con el doctor Jonas Salk, importante científico. Todavía vive, en Nueva York, con ciento un años. Para la abundante bibliografía que existe sobre Picasso, Françoise dejó un libro autobiográfico relatando su convivencia con el genio, que alcanzó un buen número de ediciones. Allí contaba interioridades que nadie se había atrevido nunca a referir sobre el pintor.
Jacqueline Roque, su última mujer, vivía en Vallauris (junto a una pariente, ésta dueña de una tienda de alfarería, y taller de cerámica), divorciada de un ingeniero, André Hutin, con el que había tenido una hija, Catherine, de seis años. Un día otoñal de 1952 el maestro entró en aquel establecimiento y se prendó de su joven vendedora, cincuenta años más joven que él. Le costó hacerla suya. Unos meses durante los que se esforzaba en agradarla, mandándole flores. Su insistencia tuvo premio, pues Jacqueline acabó yéndose a vivir a "La Californie", la nueva villa picassiana. Jacqueline lo reverenciaba, aguantándole toda clase de vejaciones o malhumor. Hablaba razonablemente español, y lo acompañaba cuando había toros en Nimes, acontecimiento que Pablo no solía perderse desde una barrera. Cuando en 1955 falleció Olga Koklova, Picasso le pidió matrimonio, que acaeció años más tarde, el 14 de mayo de 1961, en ceremonia íntima en el ayuntamiento de Vallauris, en presencia de su alcalde y dos testigos. Los periódicos tardaron unas cuantas fechas en enterarse.
Tuvo Jacqueline Roque una influencia en el acontecer diario del pintor, quien tiempo atrás accedía a que lo visitaran algunos amigos. Ella acabó filtrando aquellas presencias y él lo aceptaba, ensimismado en su trabajo incesante, pintando por las noches hasta el amanecer. En sus últimos meses de vida ya apenas salía de casa, sólo para acudir a la peluquería de su compatriota Eugenio Arias, o a algún restaurante cercano a Cannes, donde no solía pagar. Bien porque lo invitaban o porque el dueño prefería quedarse con el talón bancario que le extendía el pintor, creyendo estar mejor retribuido con la firma de éste. El regalo de boda que le hizo Pablo a Jacqueline fue una mansión algo destartalada sita en la localidad de Mougins, cerca de Cannes, conocida como Notre- Dame-de Vie, donde convivieron a partir de junio de 1961.
Jacqueline aparece en la producción pictórica de Picasso como la mujer que él más veces retrató, puede que en número aproximado de trescientas. Era una mujer muy celosa. Una anécdota lo prueba. Mi recordado amigo y colega Antonio D. Olano me lo contó, aparte de que lo dejara escrito en uno de los varios libros que escribió sobre Picasso. Que había conocido gracias a Luis Miguel Dominguín al que acompañó en varias ocasiones a verlo. Disfrutó el periodista gallego de la confianza del malagueño. En una de las visitas del mencionado torero, cuando aún vivía con Lucía Bosé, Olano sorprendió a ésta y a Pablo en una actitud cariñosa, sin que ello significara nada más que un acercamiento físico sin otras connotaciones. Y ese momento lo captó con una vieja cámara fotográfica que llevaba consigo siempre, como buen profesional. Esa y otras imágenes aparecieron en un semanario italiano. Al enterarse Jacqueline, montó en cólera y desde entonces ni Lucía Bosé ni Olano pudieron pisar de nuevo la casa de Picasso. Inútil que el gran reportero lo intentara una vez, sin serle franqueada la entrada. Se decía que Jacqueline tenía "secuestrado" a su marido. Y cuando Pablo Picasso murió a los noventa y un años el 8 de abril de 1973, muy pocas personas, incluso allegados, accedieron al castillo de Vauvenargues, donde sería enterrado. El cortejo fúnebre se integraba por la viuda, su hija Cathy, y el primogénito de Picasso, Paulo, a la sazón con cincuenta y dos años. Ni Maya, ni Claude ni Paloma fueron autorizados por Jacqueline para asistir a darle el último adiós a su padre. La ceremonia la contemplaron desde una colina.
Jacqueline Roque fue enloqueciendo desde la muerte de su marido, suicidándose trece años más tarde. La enterraron en el citado castillo, junto a la tumba de Picasso. También en 1977 quien fuera su amante, Marie Thérèse Walter se ahorcó, recordándolo siempre. La muerte, a la que tanto temía el mayor genio contemporáneo de la pintura, no sólo está presente en buena parte de su obra, según admiten muchos críticos. Por lo dicho, también esas dos mujeres no pudieron soportar su ausencia.