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Béjar: un patrimonio interesante y, sobre todo, la nostalgia de la España en la que fuimos niños

La ciudad salmantina de Béjar tiene un patrimonio importante y, además, un encanto nostálgico que puede atrapar a muchos viajeros.

La ciudad salmantina de Béjar tiene un patrimonio importante y, además, un encanto nostálgico que puede atrapar a muchos viajeros.
Un paseo nostálgico por Béjar

Caminando por Béjar, uno tiene la sensación de estar en un viaje en el tiempo, pero no de estos que te llevan a la Edad Media y que tan bonitos quedan en los folletos y los artículos turísticos –bueno, en realidad la expresión está más gastada que la junta de la culata de un 127– sino a una España más reciente, de la que muchos podemos acordarnos todavía, sólo unas décadas atrás: aquel mundo sin redes sociales ni franquicias en el que fuimos niños y en el que no teníamos más pantalla que la de una televisión mucho más pequeña que la actual y, con suerte, la del Casio electrónico en nuestra muñeca.

Que nadie se tome, por favor, esta afirmación como algo negativo, no lo digo ni mucho menos en ese sentido, aunque tampoco es bueno exagerar las virtudes del pasado, simplemente les cuento esto porque Béjar me pareció un lugar perfecto para bailar un poco con la nostalgia, tener un encuentro con nuestros propios recuerdos, volver no a ser niño, pero sí a recordar cómo fue nuestra niñez.

Dicho esto, no crean que ese baño de melancolía es la única razón para viajar a Béjar: esta pequeña ciudad con aires de capital de provincias tiene muchas cosas que ver y a mí me sorprendió gratamente: pensé que con el viaje previsto me iba a sobrar tiempo y al final casi me faltaron horas para verlo todo.

Casco antiguo, palacio y muralla

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Casco antiguo de Béjar | C.Jordá

Empezaremos nuestro recorrido por el centro histórico de la ciudad: a través de su calle mayor –llamada Mayor de Sánchez Ocaña– que serpentea y sube y baja entre edificios bonitos, incluyendo algunos palacios, y tiendas con ese aroma a décadas atrás del que hablábamos.

La calle desemboca en la gran Plaza Mayor, extraña e impresionante a partes iguales, la definen sobre todo tres edificios imponentes: el Ayuntamiento, la Iglesia del Salvador y el gran Palacio Ducal, que hoy es un instituto que llena de estudiantes los bancos y las escaleras de la plaza cuando salen al recreo.

El palacio es uno de los grandes edificios de la ciudad y su función académica le da una insólita vitalidad en un monumento de sus características. El espléndido patio es de lo poco que se puede ver si uno ya ha sobrepasado los años de la ESO o el bachillerato, pero aun así me gusta verlo lleno de estudiantes y de vida.

Algo más allá de la plaza está el final de la villa, que termina en algunos tramos bien conservados de lo que fue en su día una señora muralla. Desde ella se puede contemplar los bosques que rodean la ciudad, que está enclavada en un entorno de una naturaleza muy bella, tanto por los castaños que llenan las laderas al otro lado del pequeño valle como por las cumbres, quizá nevadas si es el momento adecuado del año, que despuntan algo más lejos.

En esta parte vieja está también lo que queda, que es más bien poco, de la antigua judería. Sólo unas pocas calles conservan todavía ese sabor a barrio viejo pero, por suerte, hay un lugar en el que sí nos podemos asomar a ese pasado sefardí de la ciudad: el modesto pero espléndido Museo Judío David Melul, que nos cuenta cómo fue aquella Béjar en parte judía que se acabó, aunque en cierta forma siga allí, en 1492.

Las fábricas que también se fueron

Un precioso puente medieval por el que se dice que en 1492 se marcharon a Portugal los judíos de Béjar nos lleva hasta un paseo en la otra orilla del río Cuerpo de Hombre –vaya pedazo de nombre, por cierto–, que es el lugar para conocer otra parte del pasado de la ciudad: el industrial.

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Una antigua fábrica en Béjar | C.Jordá

Como la Béjar judía, la Béjar de las fábricas ya no existe, pero también se puede recordar: un paseo por la ribera del río –del que las industrias extraían la energía para funcionar– nos lleva por antiguas y abandonadas naves en un extraño caminar casi fantasmal, pero muy interesante y en el que uno se queda con ganas de entrar en todos esos edificios que ya no están llenos de trabajadores y productos, pero sí de fotogenia.

Uno de ellos se ha restaurado para acoger el Museo Textil de Béjar, otra visita imprescindible en la ciudad y otro guiño al pasado, pero al mismo tiempo también un presente muy interesante.

La plaza de toros más antigua

Nuestros últimos pasos por Béjar nos llevan a salir del centro de la localidad: en la ladera al otro lado de la muralla y en un precioso bosque de castaños está el Santuario de la Virgen del Castañar, con uno de los mejores miradores sobre la ciudad.

Muy cerca está una de las cosas más llamativas que se puede ver en Béjar y, desde luego, una curiosidad destacable: la plaza de todos más antigua de España, nada más y nada menos. Pequeña, primitiva y casi diría pobre, pero con mucho encanto La Ancianita, que así se llama, sigue acogiendo festejos unos días al año como ha hecho ya por más de tres siglos, pues fue inaugurada en 1711, nada más y nada menos.

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La plaza de toros más antigua de España | C.Jordá

También en las afueras está uno de los secretos más sorprendentes de Béjar: la villa renacentista de El Bosque y sus jardines. Un palacete de estilo italiano que se construyó en el siglo XVI, es decir, al mismo tiempo que se creaba el estilo en la propia Italia.

Lo rodea un precioso jardín romántico con un estanque en el que se refleja la elegante villa y distintas zonas llenas de árboles tanto autóctonos como foráneos, entre ellos unas impresionantes secuoyas. Por supuesto, el encantador conjunto se debe a los Duques de Béjar, que quisieron y pudieron vivir como en la Italia que habían conocido allí, en plenas sierras salmantinas, al pie de la Covatilla.

Hoy en día no podemos darnos ese lujo, pero sí uno casi mayor: el de volver, aunque sea sólo por unos días y tampoco del todo, a esa España que conocimos cuando éramos niños.

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