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San Luis: la puerta al Oeste que os llevará a la América más auténtica

El Gateway Arch, tal y como se ve desde el borde del Mississippi.
San Luis, la puerta al Oeste

No conozco tanto Estados Unidos como me gustaría –estamos en ello, es un trabajo en marcha– pero incluso desde ese conocimiento parcial del alma americana, que al cabo no lo es tanto porque llevo toda la vida viendo sus películas y series, leyendo sus novelas y comics y, en suma, consumiendo productos e ideas yanquis, apostaría a que una de las cosas que la define es el atrevimiento, la osadía, la convicción de que es posible hacer algo que no se haya hecho antes.

Está en el espíritu del país y de la gran movilización que le dio forma: la conquista de ese inmenso Oeste que prometía riqueza y que supuso que las Trece Colonias originales se convirtieran en uno de los mayores países del mundo, primero en extensión y más tarde en población.

Una parte significativa de esa expansión tuvo lugar desde una ciudad que no suele estar en los recorridos turísticos habituales por Estados Unidos, pero que yo tuve la suerte de visitar y me encantó: San Luis, en lo que hoy es el estado de Misuri y que era el último lugar más o menos civilizado desde el que partían las caravanas de colonos y exploradores y que, como muestra de ese atrevimiento del que les hablaba, construyó el siglo pasado el Gateway Arch, un homenaje a ese papel como puerta del Oeste.

No, no era como me lo imaginaba

Les confieso que, antes de conocerlo, mi imagen del Gateway Arch no era demasiado buena: me parecía el típico monumento americano sin otro fin que ser grande e incluso un poco hortera. Nada más verlo en la lejanía la tarde en la que llegué a San Luis en mitad de una fenomenal tormenta empecé a cambiar de opinión.

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El Gateway Arch | C.Jordá

Y al día siguiente, cuando me escapé de buena mañana con la cámara en ristre el cambio de opinión fue total: el arco es gigantesco, sí, pero además es elegante, se eleva estilizado como un dibujo a lápiz, de unas medidas extrañamente perfectas, enorme pero de alguna forma también sutil. Precioso, impresionante.

La tormenta –y la alerta de tornados– del día anterior se habían alejado y en el cielo azulísimo el arco brillaba como de plata en el sol de la mañana, perfecto para ser fotografiado. Y a su lado, nada más y nada menos que el Mississippi, uno de los ríos más míticos del mundo, enorme ya a más de 2.000 kilómetros de su desembocadura. No se podía pedir más, la verdad.

Ya en ese momento de frenesí fotográfico había caído a los pies del monumento que despreciaba unos días antes, pero visitarlo todavía me rindió más. Lo mejor es, por supuesto, que se puede subir a su cénit y, además, se hace con un curiosísimo sistema creado ex profeso y que es una extraña mezcla de trenecito y ascensor. Arriba las vistas son impactantes, sobre todo de la propia ciudad en la que el arco deja una sombra inmensa. La experiencia, con las vistas y la subida, me encantó.

Pero no es lo único: bajo el suelo, para no estropear la perspectiva del monumento, un interesante museo habla de esas migraciones, esa conquista del Oeste, que convirtió a San Luis en una ciudad clave en los Estados Unidos.

Deportes y cerveza, literalmente

Al contrario de lo que pasaba con Kansas City, de la que les hablé por aquí hace una temporada, San Luis tiene un casco urbano algo menos difuso, con un centro que merece más tal nombre y en el que se encuentran algunos ejemplos de arquitectura interesante, como la bellísima estación de tren. La verdad, no obstante, es que más allá del Gateway Arch no es una ciudad de monumentos, aunque eso no la hace menos paseable: se puede caminar por ella y se disfruta el camino.

Sí es una ciudad con una curiosa vocación deportiva y, además, aquí hay que hacer una salvedad importante, porque el deporte es una cosa muy seria en Estados Unidos: es importante en la vida de las ciudades –sobre todo, supongo, en las que no son demasiado grandes como es el caso– y es un punto clave de reunión social, en los partidos se presta casi la misma atención a lo que ocurre en la grada que a lo que pasa en el césped, ver a los jugadores es sólo una parte de la experiencia.

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Busch Stadium, sede de los St Louis Cardinals | C,Jordá

Por lo que me contaron es lo que se vive en el campo recién construido del St. Louis CITY SC, el equipo local que milita en la categoría superior de la liga de fútbol europeo. Y, muy particularmente, es lo que pasa en el Busch Stadium, que es el hogar de los ST Louis Cardinals, el equipo de baseball que es el segundo más importante de la historia del deporte en los EEUU, sólo superado por los New York Yankees.

Un partido de los Cardinals es una oportunidad para ver baseball, claro, pero más que nada es una oportunidad para comer toda la comida rápida que se puedan imaginar, encontrarse con amigos y familia, pasear, ver, dejarse ver y, en suma, participar de una experiencia que se vive en grupo antes, durante y después del partido. No les diré que el resultado final es lo de menos, pero durante la temporada regular casi sí.

Y si los Cardinals son toda una institución americana, San Luis es el origen de otra todavía más famosa: la cerveza Budweiser de la empresa Anheuser-Busch, parte de la mayor cervecera del mundo, que nació en la ciudad en 1852 y tiene allí una de sus sedes principales y la que fue su primera fábrica.

Se trata de una visita imprescindible: los edificios decimonónicos son una preciosidad, el proceso de fabricación interesantísimo y encima hay curiosidades sorprendentes, como la cuadra de caballos percherones que se usaban antaño para distribuir la cerveza en unos preciosos carruajes y son ahora un símbolo de la firma. Unos animales enormes y bellos que son tratados como reyes y, por supuesto, forman parte de la visita turística. Por cierto, para que se hagan una idea de cómo es el sitio y del sentido del espectáculo de los americanos, los tours por la fábrica empezaron a hacerse en los años 90… del siglo XIX.

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Uno de los caballos de Anheuser-Busch | C.Jordá

Buena comida y, por supuesto, blues y jazz

Mi recorrido por San Luis no estaría completo sin añadir un par de ingredientes más: por un lado la música, que tiene una enorme tradición en la ciudad, que no en vano es sede del Museo Nacional de Blues y, sobre todo, es un lugar excelente para ver música en directo.

Hay un sinfín de locales que ofrecen buenos conciertos de grandes músicos, algunos en bares sencillos en los que los músicos tocan casi a cambio de las propinas que recaudan con un cubo frente al escenario en el que van cayendo billetes de cinco, diez y hasta veinte dólares –¡qué tarde de música pasamos en el Angry Beaver!–; otros en los que escuchar y vivir el blues más auténtico en un ambiente perfecto, como el BB's Jazz, Blues & Soups; y también algunos en los que el jazz más refinado se combina con cócteles de primera, como el Jazz St Louis.

Ya para terminar, está la comida, porque Saint Louis es una ciudad con un panorama gastronómico muy interesante, que va de propuestas de alto nivel, muy modernas y con mucho de lo que asociamos a la alta gastronomía –cocina de proximidad, relaciones con los productores locales… –, como el excelente Vicia; a ejemplos de la mejor comida tradicional como la maravillosa barbacoa de Bogart’s Smoke House, un imprescindible si lo que se quiere es vivir la más auténtica experiencia americana, que al fin y al cabo es lo que nos está ofreciendo la amable San Luis: una América de verdad, con su gente encantadora, mucho que ver y más aún de lo que disfrutar.

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