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Luis Herrero Goldáraz

Pescar billetes

En este mundo siempre cabe la posibilidad de pescar billetes en cualquier estanque, a poco que se acalle la conciencia.

En este mundo siempre cabe la posibilidad de pescar billetes en cualquier estanque, a poco que se acalle la conciencia.
Disco de Nirvana | Portada

Supongamos que la sociedad fuese algo así como una piscina. Puede parecer que es mucho suponer, pero a veces es necesario realizar este tipo de esfuerzos. Venga, hagámoslo. Supongamos que la gente permanece en el mundo como acorralada entre cuatro paredes sumergidas, y que debe sobrevivir allí, en un entorno perfectamente seguro pero letal, al mismo tiempo, en la medida en que el elemento principal que lo conforma no está ideado para nosotros y puede acabar ahogándonos al menor descuido despistado. Supongamos que no vivimos en nuestro hábitat, en definitiva, que la interacción que debemos desarrollar con nuestro alrededor es algo para lo que no estamos bien diseñados. La cosa podría llegar a tener su lógica, claro está, y esto es lo que hace que la suposición esconda cierto atractivo. Supongamos que el sistema que nos sustenta, profundamente contradictorio por lo que tiene de inseguro y confortable, no fuese más que una especie de piscifactoría en la que alguien nos estaría criando para beneficiarse de nosotros cuando tengamos la edad adecuada. Que al nacer somos arrojados aquí, como dios nos trajo al mundo, y que crecemos aprendiendo a sobrellevar los días hasta que tenemos la capacidad suficiente para serle útil al que maneja la caña de pescar, que nos espera incansable con sus anzuelos de billetes y nos mantiene clavados allí, en esa quimera insondable con la que sustenta su imperio de agua y cristal.

La idea tampoco es muy original, ciertamente, pero no se puede negar que quedaría estupenda en la portada de algún disco de un grupo grunge de los noventa. Supongamos también que ese grupo existió y que esa portada llamativa, la del bebé desnudo persiguiendo un billete igual que un pez, pasó a consolidarse como uno de los emblemas de aquella década tan libérrima y estridente. No sería difícil imaginar, después de todas estas suposiciones arriesgadas, que ese que maneja la caña y que nadie conoce es el que debe permitir que sus pececillos se recreen con sus críticas a su mano todopoderosa, cantando canciones cargadas de desesperación y desconsuelo. Algo así como un blues posmoderno pero con la diferencia de que quienes lo entonan tienen la salud y la libertad para creerse capaces de soñar con derribar aquello que les garantiza, precisamente, esa misma salud y esa misma libertad. Pero tampoco nos pongamos pesados. Sigamos suponiendo. Imaginemos ahora que toda la generación que se crió escuchando diatribas de este estilo, empapelando las paredes de sus cuartos con proclamas políticas repletas de mensaje pero vacías de alternativas serias, terminase creyendo todo lo que entonces no era más que un desahogo existencial. Imaginemos que los peces, digámoslo así, consiguieran ver en qué consiste la piscina, y se debatiesen entre destruirla o aprovecharse de ella.

Todas estas suposiciones podrían ayudar a comprender algunas cosas. Por ejemplo, que el mismo grupo que forraba las carpetas de los adolescentes hace 20 años convirtiese en millonarios a sus miembros, pese a que el mensaje implícito de su propuesta artística fuese en contra, precisamente, de la industria de la que dependía su sustento. Imaginemos también a un bebé, el rostro que quedó inmortalizado en la portada de aquel disco gracias al merchandising. Analicemos su vida, una vida ligada irremediablemente a un mensaje que debería subrayar la hipocresía de algunos de los mayores representantes de ese sector, el del espectáculo, que ha sido modelado para generar dinero hasta con su propia deslegitimación. Pensemos después en todos los mensajes derivados de aquel, en esas soflamas derrotistas que defendían que ya que no se podía vencer al sistema, lo mejor era enriquecerse escogiendo el atajo más corto que permitiese aprovecharse de él. Y volvamos nuevamente a aquel bebé, ahora todo un hombrecito, con sus necesidades y sus convicciones heredadas. ¿Puede sorprendernos realmente que denuncie a aquella banda, cuando ha pasado tanto tiempo, con el único motivo aparente de sacar tajada del pastel que tiene más a mano? Mucha gente se lleva ahora las manos a la cabeza y habla de un muchacho, que nunca había demostrado haberse sentido denigrado por la portada que le dio notoriedad, como si fuese un aprovechado estúpido. Pero es bastante sorprendente esa indignación. Al fin y al cabo, ¿qué iba a hacer él? En realidad, sólo está representando el mismo papel para el que posó cuando ni siquiera era consciente de que, como tan bien le han enseñado algunos, en este mundo siempre cabe la posibilidad de pescar billetes en cualquier estanque, a poco que se acalle la conciencia.

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