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Luis Herrero Goldáraz

Cervantes en tuctuc

Supongo que seguirá por ahí perdido, quién sabe si maravillado con la cantidad de historias que este siglo tiene que ofrecerle.

Supongo que seguirá por ahí perdido, quién sabe si maravillado con la cantidad de historias que este siglo tiene que ofrecerle.
Placa de la Calle de Cervantes de Madrid. | Wikipedia

Éramos un convoy bien pertrechado y perfectamente preparado para acometer la última parte de la misión que nos había mantenido en marcha durante toda la mañana. Una fila india de tuctucs que desfilaba desafiante contra el tráfico madrileño, como si fuésemos furgones blindados en un Bagdad bombardeado. Algunos de los que estaban allí dirán que habían ido exclusivamente a la presentación de un libro, a pasear por el Barrio de las Letras junto a su autora y a disfrutar de este cada vez menos atípico invierno primaveral que nos está regalando el tiempo. Sería falso. Al menos, en esos momentos de tensión y hambre. Debíamos llegar lo más rápido posible a la Bodega de los Secretos, donde esperaba el condumio, pero antes se nos había encomendado recoger a un misterioso personaje, que debía acompañarnos durante el final del trayecto.

Confieso que no pensé que fuese él, cuando lo vi. Creí que se trataba de un tuno abandonado, uno de esos universitarios melómanos y sinvergüenzas que pasean por el siglo XXI como si viviesen en el XVI. Tal vez siguiese de resaca a la una y media de la tarde, sin saber muy bien dónde dejó la ropa o la cabeza el día anterior. Pero resultó que era Cervantes, con su lechuguilla al cuello y su preceptivo calzón negro. Se subió brioso en la parte trasera del tuctuc que teníamos preparado para él y se dejó llevar, siguiendo a la comitiva tan metido en su papel que hasta los saludos le salían quijotescos delante de todos los viandantes que le miraban, incrédulos, sin poder seguirle en su fantasía.

Los lanzamientos editoriales están cada vez más trabajados. Comienzan a parecerse peligrosamente a algunos sueños de esos que cuando los tienes lo primero que se te ocurre es ir corriendo al psicoanalista para epatarle. Gracias a ellos yo he podido ver a Cervantes en tuctuc, al tiempo que temía por mi vida en medio de un Madrid vociferante. Y también, naturalmente, he perdido a Cervantes y a su tuctuc. Y me he adentrado en una maraña de callejuelas mirando a ver si a la vuelta de cualquier esquina me topaba nuevamente con el príncipe de los ingenios, que al fin y al cabo ya era hora de comer y no estaba el día para comedias caballerescas.

Juro que llegué a encontrarle durante unos segundos, en un cruce repentino por el que pasó veloz, con la mano en la parlota para que no se le volase. Iba encaramado en su tuctuc, agarrado fuerte a la barandilla y conteniendo un gesto fuerte que yo sólo supe interpretar como una profunda determinación por mantenerse fiel a la cordura, no fuese a ser que terminase convertido en el personaje que creó. Estaba un poco tenso, supongo que alucinado por verse subido de repente en una especie de caballo Clavileño de metal. Y creo que por eso abría tanto los ojos y miraba hacia los lados, como si temiese haber caído en el embuste de algún duque interesado en mofarse de su ingenuidad. No tardé en perderle de vista, así que supongo que seguirá por ahí perdido, quién sabe si maravillado con la cantidad de historias que este siglo tiene que ofrecerle.

Me pregunto qué le habrá sorprendido más, saber que su nombre corona una calle o darse cuenta de que lo hace por delante incluso del Fénix de los Ingenios. El hecho de que las disputas culturales hayan escapado de los corrales de comedias y amenacen con dividir al país –chaneles contra bandinis y tanxugueiras– tal vez le rescate una sonrisa. Que la nación más poderosa del mundo sea América pero sin España igual le resulta un poco difícil de entender. Pero supongo que al comprobar que Occidente sigue combatiendo al musulmán se sentirá algo así como ligeramente en casa. Es imposible no fantasear con la clase de historia que se le estará ocurriendo para exponer la hipocresía de una sociedad que nunca es como refleja en sus ficciones. Así que supongo que el mejor lugar donde encontrarle será en alguna biblioteca, haciéndose con todos los ejemplares posibles de novela negra que pueda, para inspirarse. Yo ya espero su parodia.

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