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Santiago Navajas

El cine Moon Watcher

No es por casualidad que en '2001, una odisea del espacio', el simio que protagoniza la primera parte de la película, hace unos 3.000.000 de años, se llame Moon-Watcher, el observador de la Luna.

No es por casualidad que en '2001, una odisea del espacio', el simio que protagoniza la primera parte de la película, hace unos 3.000.000 de años, se llame Moon-Watcher, el observador de la Luna.
Cordon Press

La historia del cine comienza con un ojo mirando a la Tierra y otro a la Luna. Si los hermanos Lumière se concentraron en registrar documentalmente lo que pasaba en nuestro planeta, Georges Méliès dirigió su cámara a lo que pasaba entre los selenitas. Los Lumière registraron a los obreros saliendo de fábricas, mientras que Méliès rodó una premonición del primer alunizaje (Viaje a la Luna, 1902), con una nave espacial, en forma de misil, impactando en un ojo-cráter del sorprendido satélite.

Se aproximaba el arte cinematográfico "mudo" a su máxima expresión en 1929 cuando Fritz Lang filmó La mujer en la Luna. De los 12 minutos del divertimento de Méliès a las más de tres horas de la epopeya femenina de Lang. Tras su súper obra maestra, Metrópolis, la siguiente película pasó más desapercibida pero es clave a la hora de tener en cuenta varios aspectos cruciales en el cine de ciencia ficción contemporáneo: la sensación de que el planeta Tierra se nos queda pequeño como especie en cuanto a recursos, la creencia de que la frontera espacial es la próxima a conquistar tras haber resuelto casi todos los enigmas terrestres y el ansia aventurera del ser humano, ese culo inquieto que salió de África a la búsqueda de nuevos paisajes, con la mirada puesta obsesivamente en la Luna.

No es por casualidad, por tanto, que en 2001, una odisea del espacio, el simio que protagoniza la primera parte de la película, hace unos 3.000.000 de años, se llame Moon-Watcher, el observador de la Luna. El simio encuentra un monolito que le induce una inteligencia mayor, gracias a la cual desarrolla la capacidad de fabricar instrumentos. La película de Kubrick se estrenó en 1968, un año antes de la llegada del Apolo XI a la Luna, y propone toda una visión de cómo podrían ser los viajes espaciales en una fecha que entonces parecía lejana y cercana a la vez, 2001. Como en su apuesta por la IA, Kubrick y Clarke, el autor del libro, fueron unos optimistas tecnológicos. La segunda parte de la película relata el viaje en transbordador espacial de una investigación científica a una base lunar ubicada en un cráter. Allí encuentran enterrado un monolito semejante al que encontró el primate hace millones de años, el cual emite, al ser puesto a la luz del amanecer el sol, una señal de radio que llega a otro satélite, esta vez alrededor de Saturno. Con destino a la Luna (1950, Pichel) y De la Tierra a la Luna (1958, Haskin) fueron los precedentes de la película tótem de Kubrick.

Existe todo un subgénero consistente en los viajes que tenían como misión llegar a la Luna. Paradójicamente, la película más famosa no relata la llegada del Apolo XI sino el fracaso del Apolo XIII, una odisea de los tres astronautas protagonistas no para alcanzar la Luna sino para poder llegar a la Tierra tras haber sufrido un accidente. La frase que pronuncia Tom Hanks (Apollo 13, Ron Howard, 1995) es una de las más célebres de la historia del cine: "Houston, tenemos un problema".

Más recientemente se ha estrenado First Man (Damien Chazelle, 2018), centrada en la figura de Neil Armstrong, el primer hombre en pisar la Luna, interpretado por Ryan Gosling con su habitual parsimonia canadiense. Pero ni el Apolo XI de Gosling ni el Apolo XIII de Hanks hubiesen sido posibles sin un programa previo de paulatina conquista del espacio. Por lo que Elegidos para la gloria (Philip Kaufman, 1983) es fundamental en una crónica sobre el cine que ha apuntado sus objetivos hacia la roca blanca, relatando, siguiendo al gurú del "Nuevo Periodismo" Tom Wolfe, los avatares de unos pilotos de pruebas.

De la esperanza y la ilusión a la decepción y la angustia. Moon (2009, Duncan Jones) refleja el sueño de la colonización del satélite que no hemos llevado a cabo: un astronauta (Sam Rockwell) trabaja completamente solo en una excavación minera de la Luna. Cuando su contrato está a punto de expirar, descubre un inquietante secreto. La película de Jones nos sirve para comparar la ambición un tanto ingenua de los años sesenta con el pasotismo crítico actual, más centrado en cuestiones bizantinas que en aspectos centrales de la evolución humana. En aquellos tiempos miraban la Luna, mientras que hoy discutimos sobre si el dedo que apunta a ella es más bien negro o blanco, hetero o gay, transgénero o transexual...

A la epopeya más grande la humanidad no le podía faltar una paranoia del tamaño de la Luna. En este caso, el cine es protagonista porque es simplemente genial la propuesta de que todas las imágenes que hemos visto sobre el alunizaje de Armstrong no es, en realidad, sino una película de ¡Stanley Kubrick! Recordemos que el año anterior el genio norteamericano había rodado 2001 con planos también de un desembarco en la Luna. Peter Hyams recogió el testigo que había lanzado el escritor Bill Kaysing en su libro Nunca fuimos a la Luna (1974), para en Capricornio uno (1978) imaginar cómo habría sido el timo que la NASA habría organizado aunque sustituyendo Marte por la Luna.

En la misma senda conspiranoica, Operación Luna es una ficción pero realizada como si fuese un documental realizado por William Karel en 2002. Manipulando auténticas imágenes de archivo, mezclando datos verdaderos y falsos, Karel parodia el delirio de que Nixon montó un fraude con lo de la llegada del Apolo XI a la Luna. Pero del mismo modo que hubo gente que se creyó el ficcional noticiero de Orson Welles respecto a una invasión alienígena de la Tierra, así muchos se tomaron en serio el docuficción de Karel a pesar de que era evidente (para un CI que no cayese bajo la línea de la infradotación intelectual) su carácter bromista y juguetón.

Pero la respuesta cinematográfica al fraude-documental de Karel, que se hizo famoso en Twitter después de que Iker Casillas tuitease que dudaba del alunizaje de las misiones Apolo, ha sido contundente. Apollo XI (2019) de Todd Miller recopila miles de horas de grabaciones originales de imagen y sonido de las misiones de la NASA –especialmente, claro, de la comandada por Neil Armstrong– para reconstruir, desde la versión más oficial y épica, el primer viaje "selenita". Dado su enfoque deja fuera varias incógnitas que se plantea el espectador cómo por qué no se aprecia ningún negro entre el público o dónde están las matemáticas que hicieron buena parte de los cálculos. Pero en ningún está escrito que un documental tenga que contar toda la verdad (aunque sí, únicamente la verdad). Sin embargo, a través de dichas imágenes y audios originales se puede apreciar tanto lo impostados y relativamente falsos que suenan los discursos de Kennedy, Armstrong y Nixon (con una retórica centrada en pasar a los libros de Historia) como la verdad originaria que resuena en la frase que improvisa el segundo hombre en pisar nuestro satélite, Buzz Aldrin, cuando le preguntan desde Houston qué le parece lo que está viendo. Y el astronauta, que había comulgado en la nave tras haber leído San Juan 15:5, respondió: "una magnífica desolación".

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