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Juan Manuel González

Crítica: 'Black Adam', el superhéroe oscuro de Dwayne Johnson y DC

Black Adam no es un triunfo absoluto, pero sí un ambicioso y rápido film de superhéroes que respeta la esencia grandilocuente del personaje.

Black Adam no es un triunfo absoluto, pero sí un ambicioso y rápido film de superhéroes que respeta la esencia grandilocuente del personaje.
Dwayne Johnson en Black Adam. | Warner Bros

El largamente acariciado proyecto superheroico de Dwayne Johnson (lleva quince años en el horno), Black Adam, llega por fin a las pantallas en un momento difícil para la mitología DC y su estudio, Warner Bros. Afectados por las inseguridades de hasta tres directivas distintas en apenas un puñado de años, las películas de la factoría han dado tumbos a la hora de plantear una mitología articulada que se asemeje al universo narrativo de sus grandes competidores, Disney y Marvel Studios. El antihéroe que Johnson incorpora aquí viene a aportar una nota de color negro (por el traje) y exótico (por la procedencia del actor y naturaleza del personaje), pero sobre todo a encarrilar el panteón de la empresa con un film que complazca a las diversas facciones de fans que se han ido generando en este convulso camino desde que en 2013 Zack Snyder estrenase su infravalorada (pero cada vez menos) El Hombre de Acero.

Black Adam, derivado de la mitología de Shazam, no apuesta sin embargo por la comedia escolar de aquella sino por el macroespectáculo visual y la aventura exótica, mezclando la fuerte caracterización del nuevo personaje, Teth Adam, con la configuración de un nuevo equipo que garantice una saneada cantidad de secuelas y spin-offs. Lo mejor de la película, que triunfa en muchos extremos pero fracasa en algún otro, es la plasticidad visual que le imprime su director, el catalán Jaume Collet-Serra, que mezcla el gusto por las viñetas slow-mo de Snyder (figura divisiva en el fandom como pocas hemos visto, pero al menos con algo que aportar) y la ligereza de una fantasía cómica de un carácter más "feel good" que adecúe la película a las verdaderas necesidades del consumo rápido.


El problema de Black Adam es su ritmo, constante y ruidoso, y su voluntad de aportar un espectáculo destructivo constante en unas dos horas que, quizá, podrían haberse extendido con escenas destinadas a caracterizar su universo. Un arma de doble filo, la de la histeria, que perjudica la elaboración psicológica de sus personajes y las relaciones entre algunos de ellos, como la de Adam y el inevitable niño que parece deudora de la del T-800 y John Connor en Terminator 2. La imponente presencia física del antaño llamado The Rock soluciona un poco el tema sobre la figura titular, pero los secundarios de la Sociedad de la Justicia de América sufren por ello pese a la presencia de un Pierce Brosnan que, a la vez que da caché al asunto, se ve terriblemente perjudicado cuando el filme pide al espectador una conexión emocional. Esta nunca llega, al menos en el desenlace y pese a los esfuerzos de Collet-Serra, que no obstante podría haber fabricado aquí y sin problemas el mejor filme de superhéroes del año en curso.

Si eso ocurre es por, precisamente, preservar una noción presente en el proyecto original de Snyder, echado por tierra y luego reivindicado con el famoso "Snyder Cut", solo que despojándola de pretensiones bíblicas y conformándose con elaborar un espectacular pasatiempo de fin de semana. Lo esencial está ahí, y se ve en las perspectivas que Collet-Serra utiliza cada vez que su cámara enfoca a Johnson: Black Adam es, como Superman y otros caracteres salidos de la factoría DC, una leyenda andante (aunque sea una falsa), un Dios traumatizado por su pasado de esclavo que, pese a ello, no puede ser ya como nosotros. Una aproximación bien distinta a la que Marvel Studios está impregnando ya a todos sus productos, entre cotidiana y cómica, y que un servidor empieza a rechazar en favor de la pura fantasía propuesta en la aquí presente.

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