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Juan Cermeño

Todos los santos

Sin dar siquiera la oportunidad de presentarse a noviembre, los disfraces invaden todo para que olvidemos la única fiesta que siempre se celebró.

Sin dar siquiera la oportunidad de presentarse a noviembre, los disfraces invaden todo para que olvidemos la única fiesta que siempre se celebró.
Cementerios en el día de Todos los Santos. | Kelu Robles

Siempre parece noviembre un mes de nada ni nadie. Mes de poca monta, de no saber qué hacer con él. Poco amigo del gran público, refugio de aquellos que disfrutan la soledad escogida y cárcel para los abusones de la vida social que buscan prolongar las salidas estivales ahora que el calor está de moda hasta octubre. Es tiempo de renegar de afuera, sentarse y pensar el mundo antes que disfrutarlo.

Noviembre molesta a los padres capitalistas. Ahogados los ecos del verano, la meteorología no acompaña, la luz escasea y en esa oscuridad aún no se vislumbran las luces de Navidad. Sólo se le conoce una fiesta y para colmo no consiste en consumir. Visitar cementerios y unas flores, qué sé yo. Si bien las flores caducan –verbo estrella del capitalismo–, renovarlas tan sólo una vez al año hace daño al sistema.

¿Y qué mejor manera encuentran estos padres para los tiempos de sequía consumista que combinar todas las fiestas de cada rincón en un único calendario global? ¿Qué mejor que abrazar una nueva tradición para estirar el calendario de gastos y tender un puente entre los de principio de curso y los navideños?

Sin dar siquiera la oportunidad de presentarse a noviembre, los disfraces invaden todo para que olvidemos la única fiesta que siempre se celebró. Es en estos días cuando me doy el placer de arrojarme en brazos del chovinismo español, si es que alguna vez existió tal cosa. Ante los emocionados padres que relatan cada jirón del vestido, cada color del maquillaje, me prometo callar y compartir esa alegría sin motivo del niño feliz. Sin embargo, y ruego disculpen a este grinch, se me antoja una tarea hercúlea y termino claudicando: cada año aplasto con fruición el ánimo de los abnegados padres con mi rancia perorata.

En estos tiempos de sermones por doquier, no les culpo de huir despavoridos. Pero si tan sólo tuviera un minuto, les explicaría que no soy un antisistema con la misión de arruinar la felicidad de las criaturas. Que no me posee el demonio de la contracorriente permanente. Querría decirles que, cuando veo a todos esos críos –y no tan críos, lamentablemente– disfrazados, no puedo dejar de pensar en el afán de diluir a cada individuo en el pensamiento único. Que cuando celebramos causas huecas, por mucho que aglutinen a millones de personas, somos rebaño. Que cuando ignoramos que la muerte existe y nos permitimos el lujo de celebrarla, nos creemos infinitos y comenzamos a pasar de puntillas por la vida.

Que disfruten las criaturas; será inofensivo, pero si olvidamos lo que siempre fueron estos días, ¿quién se lo enseñará cuando deje de ser el juego de niños que es ahora? Cuando se caigan las caretas, ¿quién dirá que estas son las fechas para recordar que estamos de paso? ¿Que saber de dónde venimos y quién nos precedió nos convierte en seres irrepetibles y diferenciados de la masa, en contra de los que buscan convertirnos en copias idénticas? La existencia necesita peso y sustancia para que irnos de ella no sea en vano. No se trata de arrancar disfraces, sino de dar causas al rebaño para que sea ejército. Necesitamos más que nunca a los rancios de turno para no caer en la banalidad constante. Sin ellos, noviembre y todos los meses serán de nada ni nadie.

Puede que esta minucia sea una más de esas que añaden dolor a España, convirtiéndola en moribunda crónica. Quizás, gracias a esta agonía, inyecta en los renegados esa furia de la que aún es dueña para que sigamos dando algún que otro coletazo. Aun así, por el bien de la convivencia, prometo olvidar el año que viene la defensa de causas perdidas, aunque ya anticipo una maravillosa recaída.

Tras esta propaganda, me enfundaré mi disfraz de rancio y dedicaré estos días de asueto a yacer en la paz de la montaña palentina. Veré aquel famoso vídeo de Alfredo Duro preguntándose qué es "Jalogüin"; limpiaremos los sepulcros, dejaremos unos crisantemos sobre ellos y recordaremos al calor de la lumbre que somos por los que no están, que la muerte es real. Ustedes pueden disfrazarse. Sea el disfraz que sea, a mí los de estas fechas me parecen únicamente capitalismo e ignorancia. Feliz día de los Santos.

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