Menú

Mario y los cachorros

Basta leer cada cosa que escribió, incluso en sus años de fervor castrista, para darse cuenta de que el liberalismo por el que le odian ya latía ahí, delante de los ojos de quien quisiese comprenderlo.

Basta leer cada cosa que escribió, incluso en sus años de fervor castrista, para darse cuenta de que el liberalismo por el que le odian ya latía ahí, delante de los ojos de quien quisiese comprenderlo.
Miembros del jurado del Premio Biblioteca Breve en 1970. Mario Vargas Llosa en el centro, detrás de Gabriel García Márquez. | Archivo

Ha sido curioso escuchar o leer algunas de las despedidas a Mario Vargas Llosa estos días. Podría haberlas escrito él, siguiendo el estilo de Los cachorros: "Todavía comulgaban junto a él cuando comenzó a apartarse, aún no le despreciábamos, entre todas las ideologías abogaban por el marxismo y estábamos aprendiendo a renegar de quienes no compartían la lucha, a señalarlos con el dedo e incluso a silenciarlos, eran revolucionarios, como hoy, comprometidos, feroces, cultos y moralmente superiores, habitábamos el lado correcto de la historia. Ese año, cuando Varguitas se echó a perder y abrazó el liberalismo".

La voz coral que ha surgido como una sola desde la izquierda para dejarle claro al mundo que la obra literaria del Nobel peruano está a años luz de su bajeza personal, es decir, de la bajeza de sus ideas, podría haberla escrito él, como digo. Y lo interesante es que no tendría ni que haber esperado a desencantarse con ella —es decir, con ellos— para hacerlo. Hoy circulan por ahí incontables eruditos viniendo a descifrar el momento exacto en el que se jodió el Perú. Consideran que las grandes novelas vargasllosianas se beneficiaron de su activismo juvenil y que su deriva posterior no vino a ser nada más que el resultado de un aburguesamiento inexcusable, una cómoda traición que mancha su figura pero que no roza sus mejores obras, impresas desde antes para siempre. Honestamente, yo no lo entiendo. Basta leer atentamente cada cosa que escribió, incluso en sus años de fervor castrista, para darse cuenta de que el liberalismo por el que le odian ya latía ahí, delante de los ojos de quien quisiese comprenderlo.

Cómo si no debería leerse La ciudad y los perros, esa denuncia del autoritarismo que no permite redención posible fuera de sus estructuras cerradas, de sus castigos absurdos y de su lógica violenta. Cómo leer La casa verde sino como un retrato de instituciones podridas y de seres humanos incapaces de emanciparse del daño recibido. Cómo leer la enorme Conversación en La Catedral en la que ni el marxismo, ni la prensa, ni la inteligencia política ofrecen nunca una salida. Cómo leer al pobre Cuéllar a través del testimonio de Los cachorros, ese colectivo que le quiso pero al que jamás pudo seguir, y que lo acabó borrando.

En la obra de Vargas Llosa, desde bien temprano, retumba siempre la lucidez amarga de saber que el individuo está atrapado entre su necesidad de ser y de pertenecer. Y de que el caos social es una maquinaria peligrosa en cuanto se institucionaliza. Poco o nada de lo que dijo después, cuando condenaba las dictaduras de izquierdas con tanto fervor como siempre había condenado las dictaduras de derechas, chirría con lo que escribió cuando era un cachorro más de la gauche divine. Quién sabe. Quizá por lo que su obra es una gran obra es porque nació de la misma intuición que le hizo evolucionar después hacia una ideología que le ofrecía coherencia. Quizá él fue grande en la medida en que su obra también lo fue. Quizá ni siquiera importe.

Temas

En Cultura

    0
    comentarios

    Servicios

    • Radarbot
    • Libro
    • Curso
    • Inversión
    • Securitas