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Hay un nacionalismo étnico, uno lingüístico y ahora hay uno del agua. El retorno a otro principio de confrontación como son las “fronteras naturales”, en este caso el Ebro. La posibilidad de hacer trasvases es una exigencia nacional mínima, de ordinaria administración. La idea de que el agua de los ríos es de soberanía autonómica es anticonstitucional y desvertebradora.

La manifestación de Zaragoza, en cuanto contra el trasvase y no estrictamente a favor de contrapartidas, lo es contra otras zonas de España como la Comunidad Valenciana, la Comunidad Murciana y Andalucía. No sé si utilizar una palabra tan confusa a fuerza de abuso como la de solidaridad, o simplemente hablar de la colaboración entre territorios, imprescindible en un proyecto común.

El PSOE está manteniendo la posición caótica de su deriva hacia una confederación de partidos y del conjunto de contrapuestos compromisos adquiridos en los pactos autonómicos, algunos contranatura. El PSOE apuesta, con criterios relativistas, por el socialismo aragonés que está en el poder junto con un partido pseudonacionalista en franco declive y necesitado de posturas irredentas que mantengan su amenazado espacio político. El socialismo valenciano no cuenta nada porque es incapaz de alzar su voz o mantener un discurso mínimamente coherente. Aragón vive bajo la pulsión de un nacionalismo decadente, la Comunidad Valenciana, bilingüe, ha demostrado que el nacionalismo es innecesario llevándolo a las tinieblas extraparlamentarias tras haber resistido ejemplarmente al intento de ninguneo del nacionalismo catalán con su quimera imperialista de los “países catalanes”.

Habrá que armonizar intereses y establecer contrapartidas. Aragón no es esa zona tercermundista y desértica que se pretende. Es una región dinámica y próspera, con niveles de renta por encima de la media nacional y porcentajes de paro por debajo de la media. No se entiende qué beneficio hay en seguir vertiendo excedentes de agua de territorio español al mar mientras zonas de la nación común precisan de ese agua. Si una nación es incapaz de tener un plan hidrológico nacional, para atender a demandas justas y a necesidades objetivas, entonces apaga y vámonos: todos nacionalistas y pongamos fronteras en cada autonomía con aranceles para los turistas que vengan a la Comunidad Valenciana. La política del botijo es la estricta reacción, el nacionalismo no del Rh sino del H2O.

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