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"¿Cuántos muertos necesita Pujol?" -nos preguntábamos ayer ante la negativa de CiU a firmar el Pacto por la libertad y contra el terrorismo. No lo sabemos, pero ya tiene un muerto más en su debe político y un argumento menos para seguir sosteniendo al PNV. El asesinato del policía urbano de Barcelona es una tragedia que ha impedido una tragedia mucho mayor, pero pone de manifiesto la diferencia esencial, ética y política, que este atentado pone de manifiesto: un funcionario de uniforme arriesga y puede perder su vida defendiendo la de los demás en cualquier momento; mientras que el Presidente de la Generalidad de Cataluña no quiere arriesgar un poquito de su prestigio nacionalista -entiéndase, separatista- para que el derrota del PNV no afecte a sus propias siglas.

Mezquindad inútil. En cada muerto, en cada entierro, es más pesado el baldón que cae sobre los nacionalistas, tanto sobre los que están junto a ETA en Estella como sobre los que están junto a los que están en Estella. Pujol es hoy un político más desacreditado que ayer, pero menos que mañana. Porque mientras ETA mate y Pujol no esté frente a ETA -es decir junto al PP y el PSOE, que son las dos referencias políticas esenciales de la legalidad constitucional española, incluida la autonómica-, su partido estará cada vez más asociado al PNV y su Gobierno cada vez más aislado frente a un PP que empezará muy pronto a moverle la silla y un PSC que, si consiguiera aparcar el nacionalismo enloquecido de Maragall, estaría ya a las puertas de la Generalidad de Cataluña. Pero ya a Pujol lo único que lo salva es Maragall.

Pero que no se equivoque: cada crimen terrorista le deja menos margen de actuación. En su conciencia parece claro que caben muchos muertos. En su cuenta política es evidente que se están agotando los fondos. La ignominia no siempre es rentable. A veces, afortunadamente, resulta incluso ruinosa.

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