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Enrique de Diego

Dos pérdidas del sentido de la realidad

Según la tesis de la respuesta, la banda terrorista ha contestado con su trampa a los ertzainas a las detenciones del comando Totto, con el lenguaje inhumano y trágico de la muerte, de forma que un servidor de la libertad ha sido asesinado y se ha destrozado a una familia. Sin embargo, antes de la última operación policial se había detectado una intensificación del terrorismo callejero contra policías autonómos y también el inicio de una campaña de diabolización del PNV en el entorno etarra.

En la simple dialéctica amigo-enemigo en la que se mueven los totalitarios, la banda terrorista situó, como dije en aquel momento, en el bando de los enemigos al PNV cuando decidió abandonar el Parlamento vasco. En ese sentido, el diagnóstico del fracaso de Estella/Lizarra, a pesar del curioso proceso de ocultación de Xabier Arzalluz, está plenamente asumido por los terroristas que han pasado al criterio de reducto o reserva espiritual, en una de esas espirales paranoicas a las que induce la corrupción de la violencia y la obsesión de pureza profiláctica, con su depuración constante. La banda terrorista ha retornado a su peculiar concepción de la unidad de los demócratas... como víctimas.

¿Por qué mantiene entonces el PNV un discurso frentista y un análisis que es simplemente una pérdida del sentido de la realidad? Porque quiere ocultar la evidencia de que no cuenta con EH como posible socio de gobierno y, por tanto, está abocado a pasar a la oposición si el PSE-PSOE se mantiene firme en su defensa de la Constitución. Reconocer el fracaso de Estella/Lizarra es reconocer que el PNV se ha introducido tanto en el problema que ha salido del campo de las soluciones posibles. Lo que espera lo que queda de Eta, pues es notorio que se está echando mano de los veteranos ante el fracaso de los cachorros, es que un PNV en la oposición se radicalice, mediante la especie de que sólo la lucha armada puede conducir a la independencia. Es una pérdida del sentido de la realidad aún mayor, porque donde el nacionalismo ha pasado a la oposición, como en Navarra o Álava, no ha hecho otra cosa que moderarse y descender.

Si no hubiera que lamentar muertes, si no hubiera que desear vivamente que se recuperen los mil seiscientos kilos de explosivos, habría que felicitarse por el atolladero en el que se ha metido hasta el fondo el nacionalismo y por el avance de las soluciones que no pasan por la erradicación del problema –no se puede transferir la propia responsabilidad a los demás, no se puede evitar que algunos psicópatas quieran asesinar—, sino por su mitigación. Avanzar por el nacionalismo, como la autodeterminación ensalzada como programa radical de la coalición PNV-EA, era y es ir hacia el genocidio.

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