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El PNV no se presentó en las elecciones pasadas con la autodeterminación en su programa electoral. Esta vez sí. El PNV, en medio de la legislatura, intentó dar un golpe de estado desde arriba, un arzallazo, que fue roto y no consumado, porque los de Sabin Etxea no aceptaron esa romería kafkiana del plebiscito en los siete territorios históricos, y todo quedó en un expolio de los presupuestos públicos en beneficio del entorno etarra, o sea de Eta. Eso ha hecho innecesarios los secuestros. Algo es algo.

PNV y EA comparecen a estas elecciones completamente estellados. La subversión del orden constitucional y estatutario es la principal propuesta de su programa al asumir la autodeterminación, que es la intensificación y la extensión del conflicto, como su propuesta de futuro. Sobre esto no cabe engañarse, ni despistarse con la insoportable levedad de Ibarretxe. El PNV intenta moderarse para no perder votos hacia el PP, mientras con la autodeterminación espera a recolectar votos de EH y gobernar luego con ellos.

PNV y EA han roto su ambigüedad de manera plena de cara a estas elecciones, aunque la falta de conocimientos sobre lo que la autodeterminación significa –ha sido la causa de casi todos los genocidios del siglo XX— hace que la alarma política y mediática no sea mayor, salvo las claras declaraciones de Javier Rojo sobre que significaría un aumento de las víctimas. Constitucionalistas, por supuesto.

En ese sentido, el pacto entre Partido Popular y Unidad Alavesa es un dato muy positivo, porque si los constitucionalistas siguen avanzando en Álava y queda clara la distancia con el nacionalismo, la autodeterminación se mostrará en su esencial absurdo, porque el ámbito alavés de decisión se distanciaría del ámbito de decisión guipuzcoano, ya que el conflicto vasco es a día de hoy básicamente provincial, de una sola provincia. Quizás Aznar debería empezar a ceder protagonismo a Jaime Mayor Oreja, que es quien se la juega.

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