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Dijo Enrique Tierno que los programas estaban para no cumplirse. Tal consideración cínica sería a día de hoy uno de los motivos de esperanza en relación con el País Vasco. Pero se debe partir de que los programas son compromisos públicos asumidos con los electores. En ese sentido, el programa del PNV es la autodeterminación, y lo demás es comentario. Es decir, Ibarretxe, al dictado de Arzalluz, se compromete a convocar un referéndum en el que se pregunte a los ciudadanos si quieren seguir formando parte de España o constituir una nación independiente. Es asumir el pacto de Estella en estado puro y el objetivo de la banda terrorista.

Para difuminar tal nivel de radicalización, el PNV está desarrollando una operación calamar, de confusión, que por ahora está teniendo algún éxito, en la que cada día dice una cosa y lanza mensajes como si fuera el movimiento nacional vasco más que un partido, de forma que unos días reclama el voto de los terroristas más sanguinarios y al día siguiente de los sectores de orden. En el fondo, busca el voto de los batasunos pero con mucha tinta para despistar.

Por ahora juega con la ventaja de que mientras la inmensa mayoría entiende la tragedia que representa un asesinato, existe una notable ignorancia respecto a lo que se esconde tras el concepto simplista de autodeterminación, que esconde mucho más dolor. Por las encuestas se sabe que sólo uno de cuatro vascos, de los que están dispuestos a declarar a un encuestador, está contra tal horizonte. Pero no parece que el PP y el PSOE, centrados en la denuncia del fascismo, que se identifica más con el terrorismo como tal, estén poniendo de manifiesto las contradicciones internas de esta apuesta por la generalización del conflicto que ha asumido en su programa. La introducción de ese concepto en el programa de PNV y EA convierte a esas elecciones en una especie de plebiscito previo. No comprenderlo, es una forma de complicidad con el riesgo de balcanización.

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