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Federico Jiménez Losantos

Mayoría absoluta, decepción relativa

El primer año de mayoría absoluta de Aznar podemos considerarlo, provisionalmente, una relativa decepción. Relativa, porque la decepción no es completa: ahí está su meritoria política en el País Vasco, que no merece sino elogios por su continuidad y solidez moral. Relativa también porque en la economía, si bien se atisba un horizonte de vacas flacas, dura todavía el impulso de los mejores años y ese discurso reformista sobrevive en algunos ámbitos. Relativa, en fin, porque todo lo que hace el PP, por poco o malo que sea, mejora mucho si se compara con lo que el PSOE propone y lo que dice o barruntamos que haría en el Gobierno. Zapatero, una de las apuestas importantes -y fallidas- de Aznar en este año de apoteosis de partido y de siesta gubernamental, es el mejor agente propagandístico del Gobierno del PP. De éste y de cualquier otro. Relativa decepción también, en fin, porque la falta de voluntad reformista se vio ya al final de la legislatura pasada y era de temer que se confirmara en ésta, como así ha sido.

Pero también decepción, empezando por la administración de su indiscutible e indiscutido liderazgo político por parte del propio Aznar. Será el maleficio de la Moncloa, será la naturaleza humana, será que el Poder vuelve a la gente vanidosa hasta la exasperación, pero por todo ello y por alguna razón más, Aznar aparece cada vez más como un poder egotista, autista y rodeado por una oscura y densa nube de asesores cortesanos en la que no cabe la menor autocrítica y donde no se tolera sino que se persigue la crítica ajena. El caudillismo presidencial está derivando en el culto de lo que hemos llamado "el incipiente dogma de la infalibilidad de Aznar", con el beneplácito de un Presidente cada vez más a gusto en su caricatura de Faraón.

En lo que hace a su política de comunicación, la decepción no es relativa, sino absoluta y total. El intento de crear un Polanco o dos, tan incondicionales y acríticos como el Imperio con el felipismo, de quien copia el modelo, está desembocando en una acumulación de medios en pocas manos que han empobracido drásticamente la pluralidad en la propia base social que lo llevó al Poder. Aznar no es que acepte cada vez peor la crítica, por leal que sea, sino que no acepta ya que, en los medios que quieren prosperar a su sombra, la crítica a su gestion y a su persona sea ni siquiera una tentación.

El gubernamentalismo o la aznaritis está recreando con el sofocante sectarismo de Polanco una pinza donde se ahoga la libertad de expresión. Que, conviene recordarlo, es un bien social que administran los periodistas y no un bien que administra contra los periodistas independientes el Gobierno en nombre del bienestar social. Por eso mismo, la política de Aznar en los medios de comunicación públicos es sencillamente infame. Es un escándalo de dilapidación de fondos públicos, de arbitrariedad y de manipulación. Es la continuidad del felipismo, y por los mismos medios. Es de bochorno. Es el espejo de un despotismo que utiliza el mandato de las urnas para pervertir la opinión pública.

La reforma de la Justicia y de la Educación no pasan hasta ahora del estadio enunciativo o de propósito. La búsqueda del consenso a cualquier precio, que en una situación de mayoría absoluta ni la oposición acepta ni acaso ésta del PSOE puede permitirse aceptar, ha hecho embarrancar cualquier proyecto serio de cambio de raíz. Y los males son en esos dos ámbitos de tal gravedad que no admiten más que esa solución: la quirúrgica. Decepciona que Aznar se limite a la cosmética. En lo que se refiere al sistema de pensiones, cuya reforma ha decidido Aznar trasladar a las generaciones futuras es, sencillamente, una estafa a los electores que le dieron a Aznar la mayoría absoluta. Se la dieron para que gobernase sin cortapisas ni hipotecas para realizar las reformas, no para que reinventase el nacional-sindicalismo.

Al final, la política es un modo de relación con el Poder, y en ese sentido Aznar ha impuesto una relación típica de tímido autoritario. El extremo de esa perversión del liberalismo que, de vez en cuando, exhibe el Presidente como identidad política es la fórmula elegida para su sucesión, que ha sido y es uno de los problemas esenciales para el Gobierno y, sobre todo, para el partido, donde no hay más democracia que la que administra Aznar en la intimidad consigo mismo. Y no es para felicitarnos que, en su caso, González y Guerra hayan coincidido en la misma persona. Arenas está haciendo lo que puede -ahí está el vídeo conmemorativo- para que el recuerdo de Guerra no se pierda del todo, pero es inútil: el PP es una finca del Señor Presidente. Tenga mucho cuidado el mayoral.

En resumen, para los que apostamos por Aznar no sólo como mal menor frente a Felipe, sino como bien posible para la política nacional, esta segunda legislatura confirma la decepción que ya se vislumbraba en la primera. Para los felipistas que nunca confiaron en él, será una satisfacción de orden intelectual comprobar los ribetes caudillistas y despóticos del inquilino de la Moncloa, que por otra parte adoraban en González. Para los que creemos en la libertad, lo peor no es este año de mayoría absoluta, donde casi todo se ha ido en mandar y poco en gobernar, sino los tres que quedan. Porque si algo no tiene Aznar es, evidentemente, propósito de la enmienda.

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