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Desde el debate de investidura de Juan José Ibarretxe está meridianamente claro que esta legislatura es la del intento último para obtener la independencia. El hecho de que todos los vientos vayan en contra, y más desde el 11 de septiembre, no hacen entrar en razón al PNV, sino, por el contrario, acelerar la marcha hacia un indudable abismo, por prejuicios totalitarios fundacionales. La ampliación de Europa en el 2.004 es la última estación para un tren desbocado, que hace tiempo rompió los frenos, salvo los de la hipocresía.

Para ese escenario, es preciso previamente un proceso de deterioro de la autonomía y el mismo Estatuto. Un pulso constante con el Gobierno de la nación que, mediante la propaganda, tras los pactos nacionales mediáticos alcanzados con dinero público y parapúblico, dé la idea a los ciudadanos vascos de que el diálogo y la negociación son imposibles. Es un proceso de batasunización, preanunciado en el pacto de Estella. No es anécdota el hecho de que el PNV gobierna hoy gracias a votantes tránsfugas de Batasuna. Y parece dispuesto a gobernar sólo para esos votos.

En ese sentido, cabe interpretar el clima delirante de confrontación en el que se ha movido la negociación del concierto vasco, y que por el cúmulo de despropósitos bien puede llamarse el desconcierto vasco. En lo que es un privilegio, de difícil mantenimiento en Europa, sostenido por la presión del Gobierno español ante Bruselas, el ejecutivo nacionalista no ha venido a negociar sino a plantear exigencias irresponsables impropias de cualquier concertación. Pretender dar pasos soberanistas, como la representación ante la UE, a través de una negociación técnica, en principio sin mayor problemas por parte del Gobierno nacional, es jugar al soka tira, a la tensión por la tensión, poniendo en entredicho intereses económicos por una cuestión de imagen, en una estrategia dictada desde Sabin Etxea.

La postura de Álava no es otra cosa que el rechazo a tal instrumentalización, y la evidencia de que tal provincia, de manera claramente mayoritaria, no está dispuesta ni quiere participar en los aventurerismos de un envejecido Arzalluz ni de un Ibarretxe, cuya moderación es formal, pero no de fondo. La lógica del nacionalismo, que es totalitaria, no conduce a la vertebración. De hecho, el País Vasco es una de las sociedades más desvertebradas de España y esa situación se ha incrementado sin solución de continuidad a lo largo de los gobiernos nacionalistas.

No ceder a estos chantajes es el mínimo democrático exigible al Gobierno, y también a la oposición, porque de fondo está el consenso constitucional, la misma supervivencia de la democracia y la libertad en España. Haber convertido el concierto en un ámbito para aventar las pulsiones independentistas es un grave error del PNV, quien está empezando a poner en riesgo la autonomía misma en un proceso de manifiesta deslealtad institucional.

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