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El 11 de septiembre ha mostrado con toda claridad que con el terrorismo, ni se negocia, ni se puede andar con paños calientes. España es un ejemplo nefasto de esto último, y de cómo una línea de condescendencia políticamente correcta sólo lleva a agravar el problema y a incrementar el número de muertos.

En el caso palestino es obvio que desde hace tiempo se ha introducido un nuevo factor, aunque ni se haya querido ni se quiera ver. Ya no sólo hay un conflicto israelí-palestino en el sentido clásico o como normal. Hay además una pretensión genocida por parte de sectores importantes del pueblo palestino: Hamas, Jihad y la propia Al Fatah. Es decir, no se busca una solución, ni tampoco poner en marcha un Estado palestino —esto es lo que interpretan los diplomáticos europeos— sino matar a todos los judíos echándolos de “tierra musulmana”. La mentalidad Ben Laden es mayoritaria en Yenin.

Los judíos hacen bien en no dejarse llevar a un nuevo holocausto. Esos grupos terroristas han sido creados con la financiación de países “aliados” y “amigos” de Estados Unidos y la UE, como Arabia Saudita o los Emiratos Árabes. Israel no es el bien absoluto, pero el terrorismo suicida es el mal absoluto. No se puede, ni se debe, atar las manos a Israel sin poder proteger a sus ciudadanos. Los palestinos eligieron hace décadas el camino del suicidio colectivo. Lo curioso es que se les haya otorgado tanta comprensión.

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